El imperialismo alemán en la Europa del Siglo XXI

Cualquier explicación de la actual coyuntura global que no tenga en cuenta su tremenda complejidad aboca irremediablemente a caer en los reduccionismos. En este sentido la mal llamada crisis ha sido fruto de la lógica interna del sistema que, para asegurar su existencia a largo plazo, trata de reorganizarse y readaptarse a las circunstancias que ha generado.



Un cúmulo de diferentes factores son los que han provocado la crisis actual, lo que de entrada niega cualquier validez a aquellas explicaciones que sólo tienen en cuenta la dimensión económica del problema, y que contribuyen así a distorsionar la percepción de la realidad al dejar completamente al margen los aspectos decisivos y definitorios de este proceso. Dado que la elevada complejidad de la situación actual requeriría un estudio más extenso que pormenorizara en todas o la gran mayoría de sus dimensiones, nos centraremos únicamente en las causas y consecuencias de carácter político que esta crisis ha provocado.

La sobredimensionada importancia ideológica de la economía responde a exigencias del poder político, pues su principal función consiste en proveer de los recursos materiales y monetarios necesarios para sostener los instrumentos de dominación de los que se dota el Estado para, por un lado poder competir exitosamente en la esfera internacional por la hegemonía mundial, y por otro para mantener su opresión interior. Por este motivo nos encontramos con que la crisis actual tiene al mismo tiempo causas y consecuencias políticas.

Las desregulaciones parciales de los mercados han demostrado que además de irracionales son ineficaces e ineficientes a la hora de asignar recursos, hasta el punto de haber provocado la ruina del capitalismo. La principal consecuencia de la quiebra de empresas y bancos ha sido la devaluación de la economía y una mayor concentración de la riqueza con la agudización de las tendencias monopolísticas inherentes al capitalismo. Esta situación ha justificado la intervención del Estado que ha reorganizado el capitalismo al rescatar a las grandes corporaciones. Todo esto demuestra el papel central del Estado en el proceso de rescate del capitalismo, lo que queda especialmente claro en el ámbito financiero donde se han creado inmensos monopolios que controlan todas las ramas de la producción.

La financiarización de la economía es el resultado lógico de la evolución del capitalismo como sistema de dominación en el que los bancos se constituyen en un gran monopolio que opera sobre todos los aspectos de la vida social, hasta el punto de regular el funcionamiento del conjunto del sistema. Esta situación es la que ha conducido al dominio del capital financiero sobre las demás formas de capital. Significa, en suma, la constitución de una oligarquía financiera que, como clase rentista, ejerce su control sobre el conjunto de la sociedad y provee al Estado, por medio del excedente que origina la acumulación de capital monetario, de un potencial financiero que le permite establecerse como prestamista de los demás países. Así es como el capitalismo nacional se convierte en imperialismo, y el Estado deviene en Estado rentista.

Sin embargo, la financiarización de la economía como estadio de máximo desarrollo del capitalismo nunca hubiera tenido lugar si determinados Estados no hubieran creado las condiciones políticas para esta situación. Estas condiciones son justamente las mismas que han producido la actual crisis que, lejos de convertirse en una amenaza real para la pervivencia del sistema, constituye una gran oportunidad para su reinvención y perfeccionamiento bajo nuevas formas de explotación y opresión que, tal y como comprobamos, están sirviendo para un relanzamiento del imperialismo a escala planetaria.

El final de la Segunda Guerra Mundial fue el final del Tercer Reich como forma histórica del imperialismo alemán, pero no fue el fin del Estado alemán ni de su imperialismo que, después de la contienda y con la inestimable ayuda norteamericana, se reorganizó a la sombra del nuevo régimen parlamentario y constitucionalista implantado en la República Federal de Alemania. La posguerra alumbró un orden internacional bipolar marcado por la hostilidad militar, ideológica y económica entre los bloques, lo que facilitó que Alemania desarrollara con la bendición estadounidense una serie de alianzas con los países occidentales que, por medio de diferentes acuerdos internacionales, sentaron las bases del proceso de integración europea con el que el imperialismo alemán se dotó de sus propios instrumentos de dominio y expolio de los demás países europeos.

Aunque la historiografía oficial ha descrito la integración europea como un proceso únicamente económico los hechos son muy distintos. Desde el principio tuvo unas motivaciones políticas muy claras con la firma de los acuerdos de la CECA, y más tarde de los tratados de Roma que fueron el origen de la Comunidad Económica Europea. Las Comunidades Europeas fueron el resultado de la convergencia de los intereses estratégicos estadounidenses y alemanes para, por un lado contener a la URSS, y por otro para que Alemania consolidara y extendiera su poder en Europa a través de unas estructuras político-económicas creadas para el efecto. Con la creación de un mercado común, y más tarde de una unión monetaria, Alemania logró establecerse como centro económico, pero también político, del continente, lo que le permitió extender su influencia y control sobre los demás países.

Los países de Europa occidental impulsaron el proceso de integración europea porque les beneficiaba, pero también porque entre sus elites mandantes ha pervivido la vieja aspiración histórica de reconstruir bajo la forma de una Europa unida lo que representó el Imperio Romano. El resultado de este proceso ha sido el marco jurídico, y por tanto político, de las instituciones comunitarias a las que los Estados han cedido parcelas de su soberanía, con la consiguiente pérdida de capacidad decisoria sobre un número creciente de ámbitos que son a día de hoy competencia exclusiva de la UE. Sin embargo, la UE responde en sus directrices centrales a los intereses de Alemania que se ha reservado para sí casi todo el poder decisorio en el Consejo de Ministros de la UE, institución encargada de impulsar la mayoría de propuestas legislativas a nivel comunitario, entre ellas los propios presupuestos de la UE y las sucesivas reformas de los tratados que dan forma legal a dicha organización. Por tanto, en la práctica la UE y el conjunto de instituciones que se han articulado en torno a ella constituyen una prolongación del imperialismo alemán, y con ello un instrumento de dominación política a su servicio.

La existencia de la UE ha significado la creación y el desarrollo de toda una jurisdicción comunitaria a la que han quedado supeditadas las diferentes jurisdicciones nacionales, de tal forma que con el aumento de las competencias de la UE también ha aumentado su capacidad de regulación e intervención en los Estados que la integran. Pero lo que dota de vigencia efectiva a la legislación comunitaria es la existencia del Tribunal de Justicia de la UE que se encarga de supervisar su cumplimiento, y cuyas decisiones son vinculantes hasta el punto de poder imponer sanciones a los Estados miembros. De esta forma las decisiones políticas tomadas a nivel comunitario se plasman en leyes que los Estados se ven obligados a aplicar. Esta estructura jurídica es la que ha permitido que Alemania desempeñe un papel central en la política del continente, y que su legislación obedezca en último término a sus intereses estratégicos. Esto explica claramente que la UE haya implementado una política proteccionista para la industria alemana al imponer a los demás países europeos la desindustrialización y la consecuente pérdida de sus capacidades productivas. Gracias a todo esto Alemania dispone de un mercado exclusivo al que exporta sus manufacturas, de manera que en la práctica tiene el monopolio industrial con el que ha convertido al resto de países europeos en económica y políticamente dependientes.

La UE, junto a sus organizaciones auxiliares como el BCE, ha demostrado ser el mecanismo institucional que ha permitido a Alemania controlar políticamente a los demás países europeos por medio de la dependencia financiera y económica. En tanto en cuanto la UE se ha establecido como institución ordenadora de la economía europea ha creado unas condiciones acordes con la política exterior alemana. Esto es lo que ha dotado a Alemania de una posición privilegiada, pues con la creación del mercado común y del euro ha desarrollado un proceso de acumulación de capital monetario y de medios de producción que es el origen de la poderosa banca alemana, la cual ha aglutinado en torno a sí a la gran industria al concentrar todo el capital monetario de capitalistas, medios de producción y fuentes de recursos humanos y materiales de los diferentes países europeos. El euro culminó esta concentración bancaria con la que Alemania amplió su poder de manera decisiva con la exportación de capitales en la forma créditos, lo que en la práctica hizo que se estableciera como gran monopolio financiero dentro de Europa. Por este motivo los 4 bancos alemanes más importantes desempeñan un papel fundamental en el sistema financiero europeo, y que como consecuencia de la crisis hayan ejercido una función centralizadora al aglutinar diferentes ramas de la producción con la absorción de las empresas quebradas. Este efecto se ha visto amplificado con la centralización definitiva llevada a cabo por el gobierno alemán al nacionalizar a estos 4 bancos con una inyección de 500.000 millones de euros, lo que ha subordinado a un centro político único no sólo a estos bancos, sino también a todas aquellas unidades económicas y políticas dependientes de estos. El capitalismo financiero se ha convertido en un monopolio del gobierno alemán que gracias al endeudamiento de los demás países ha relanzado su política exterior imperialista. De esta forma Alemania transformó definitivamente su capitalismo nacional en imperialismo capitalista, y pasó a ser así un Estado rentista.

Alemania ha utilizado su potencial financiero para conceder créditos a los demás Estados y conseguir a su vez concesiones en la forma de negocios, lo que ha significado el aumento de sus exportaciones. Un claro ejemplo lo representa Grecia, país que ha obtenido préstamos de Alemania a cambio de comprarle armamento militar. Y lo mismo cabe decir del Estado español al que los bancos alemanes concedieron los préstamos que generaron la burbuja inmobiliaria, y donde al mismo tiempo la cuota de mercado de las importaciones alemanas no ha dejado de crecer durante el último año. Como consecuencia de todo esto la deuda exterior ha crecido de manera desorbitada hasta el punto de acumular un saldo negativo de 1,8 billones de euros en la balanza comercial, lo que significa más del 165% del PIB. Esto profundiza la dependencia financiera con Alemania que se ha transformado en un Estado usurero que cada vez más convierte sus ingresos procedentes de los intereses de la deuda en parte fundamental de su economía, lo que constituye por sí mismo la base económica de su imperialismo. De este modo ha conseguido evitar que sus desigualdades internas rompieran su paz social al trasladar por medio de la UE sus contradicciones sociales a los demás países del continente.

Pero al mismo tiempo que Alemania ha conseguido colocar en el mercado europeo sus manufacturas, también ha trasladado parte de su producción a aquellos países europeos donde la mano de obra es más barata, lo que ha significado redoblar la dependencia de estas naciones. El Estado alemán vive así de las rentas que producen sus empresas en el exterior, atenúa sus contradicciones sociales internas al garantizar un nivel de vida soportable para los alemanes, coopta a las capas superiores del movimiento obrero para controlarlo mejor, y soborna a la elite local de los países que explota y saquea. La consecuencia directa de esta situación es la acentuación de las diferencias en el ritmo de crecimiento de los elementos de la economía europea, y por tanto las diferencias en el desarrollo de los países europeos. El imperialismo alemán, como cualquier imperialismo, despliega su naturaleza parasitaria sobre el espacio geoeconómico y geopolítico de su influencia.

Nos encontramos, por tanto, con que los países europeos son financiera y económicamente dependientes de Alemania a quien compran sus mercancías y le piden prestado el dinero. Pero ni siquiera formalmente son soberanos al estar sometidos a la legislación comunitaria. Por esta razón la política económica, monetaria, comercial, presupuestaria y fiscal ya no se concibe ni diseña en el nivel de las administraciones estatales, sino en las instancias supranacionales de la UE. Por decirlo de alguna manera la UE obliga a los Estados miembros, bajo la amenaza de sanciones, a seguir la política que ella dicta, y que debido al poder decisorio de Alemania obedece a los intereses de este país. El poder de intervención de la UE sobre los Estados llega hasta el extremo de llevar a la legislación nacional sus propias directrices económicas y presupuestarias, tal y como ocurrió con la reforma de la constitución española. Todo esto explica que las medidas adoptadas a nivel comunitario durante la actual crisis tengan como prioridad el pago de los intereses de las deudas contraídas con Alemania, y que de esta manera la pertenencia a la UE sea la principal garantía de que el saqueo del imperialismo alemán seguirá adelante.

El poder del imperialismo alemán descansa sobre la UE, que es su instrumento de dominación política con el que parasita al resto de los pueblos europeos. Así, la UE no es otra cosa que una forma de imperialismo donde el control de otras naciones, a diferencia del pasado, se realiza de forma más eficaz sin necesidad de recurrir a costosas y cruentas guerras y ocupaciones militares que provocan enormes desequilibrios económicos y sociales en quien las emprende, pero cuyos efectos finales son los mismos: miseria y esclavitud. El imperialismo alemán ha logrado hacer de la UE su principal herramienta de opresión y está muy cerca de conseguir los mismos objetivos que no llegó a alcanzar con la Segunda Guerra Mundial: establecerse y consolidarse como potencia hegemónica en Europa con vistas a extender a escala mundial su poder e influencia en alianza con los EE.UU.

El imperialismo alemán y la UE se valen de los Estados para someter a los pueblos, por lo que el primer enemigo que estos tienen ante sí son los Estados. La participación de los Estados en una estructura política que los subordina al Estado alemán se debe fundamentalmente a que sus respectivas elites se benefician de esta situación, sobre todo económicamente al tener acceso a un mercado más amplio y a unas subvenciones comunitarias que los convierten en vasallos de aquella potencia, de manera que ponen al servicio del imperialismo a sus respectivos Estados y se convierten así en sus principales sostenedores.

La importancia del Estado sigue siendo crucial en tanto en cuanto la UE no ha expropiado todos sus instrumentos de dominación política. La carencia de un ejército permanente propio, un cuerpo policial propio, o mismamente de un fisco con el que recaudar impuestos de forma directa a los ciudadanos, explican la dependencia de la UE con los Estados para aplicar su legislación e imponer su opresión. Cada Estado no es otra cosa que un colaborador del imperialismo contra el cual debe estar dirigida la lucha popular y revolucionaria, al lado del cual también se encuentran los representantes directos de la UE por un lado, y del Estado alemán y su capitalismo por otro. Pero también hay que señalar que el imperialismo alemán es en última instancia un tentáculo más del imperialismo americano, pues Alemania no es otra cosa que el trampolín geográfico de los EE.UU. para, a modo de cabeza de puente, proyectar su poder sobre el corazón del continente euroasiático frente a sus principales rivales geopolíticos a escala mundial: China y Rusia. Por este motivo la lucha popular no puede olvidar de ningún modo combatir sin cuartel al imperialismo en todas sus formas, el cual encuentra hoy en el Estado a su más importante sostenedor y promotor.

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