El día que Lanata expuso las contradicciones de Nisman - 19 nov 2006 diario perfil

19 noviembre de 2006, Jorge Lanata escribió una columna de investigación en diario Perfil bajo el título “Tócala de nuevo, Nisman”. Allí, reveló todas las contradicciones y falacias de la investigación del atentado a la AMIA. Vale la pena releerla hoy mismo



La causa AMIA suma hoy 113.600 fojas. Son 568 expedientes de doscientas fojas cada uno, a los que deben sumarse 400 legajos de “Investigación”, 1.000 paquetes de siete a ocho legajos, cada uno con intervenciones telefónicas, y 1.500 carpetas con información de la SIDE. En esas 113.600 fojas, 568 expedientes, 400 legajos, 1.000 paquetes y 1.500 carpetas no hay nada. Si nos dedicáramos a hacer un tótem judicial con esa cantidad absurda de papel, podríamos llenar varios cuartos en una casa. Varios cuartos llenos de nada.

En verdad, y para ser exactos, no se trata de Nada Absoluta: hay operaciones de los servicios e inteligencia, de la Policía, de gobiernos extranjeros, estupidez de jueces y fiscales, corrupción, gestos miserables y después nada. La misma nada presente en las ochocientas y una páginas del dictamen del fiscal Nisman, nada ratificada por el juez federal Canicoba Corral.

Pero la Nada, como nos enseñó Michael Ende en La historia interminable, no es neutral. En la pelea de Bastian y Atreyu la Nada es una especie de representación de todos los pensamientos oscuros del hombre, que destruyen su deseo de soñar. “Todos los personajes de Fantasía que caen dentro de la Nada se convierten en mentiras al pasar al mundo real”, escribe Ende. La negra y viscosa Nada de la AMIA sepulta en la injusticia y el olvido la muerte de ochenta y cinco personas.

El fiscal Alberto Nisman tiene serios problemas de memoria; hace algunos días volvió a repetir lo mismo que el año pasado: anunció avances en la investigación presentando sólo información vieja. El año pasado lo hizo con el espectacular descubrimiento del conductor suicida Ibrahim Berro, quien luego se convirtió en radicheta. Este año repitió su modus operandi solicitando la captura de ocho iraníes por los que él mismo había pedido en 2003, y sin aportar un solo nuevo dato. El 21 de febrero de 2003 el fiscal detective Nisman solicitó junto al ahora ex fiscal José Barbaccia al destituido juez Juan José Galeano la captura de 22 iraníes basándose en información aportada a la causa por el espía Jaime Stiusso. Vale la pena recordar que Barbaccia renunció luego de haber sido apartado de la causa en la que se le reprochan, entre varias irregularidades, el haber practicado filmaciones ilegales en la fiscalía a su cargo, haber filtrado información a la prensa en su viaje a Alemania en diciembre de 2003, cuando recibió la declaración del Testigo “C”, Abolga-shem Mesbahi, disidente del régimen iraní, tergiversando el contenido de su declaración, y haber sido expulsado de la audiencia por el juez alemán, circunstancia que originó una cuestión diplomática que no registra antecedentes en las relaciones exteriores de nuestro país. Hoy Barbaccia apeló su procesamiento dictado por el juez Lijo por haberle ofrecido al mecánico Claudio Cotoras la suma de 100.000 dólares a cambio de imputar a Carlos Telleldín y a Juan José Ribelli en el atentado y por el delito de falso testimonio agravado, ya que afirmó, bajo juramento, desconocer el pago de 400.000 dólares efectuados a Carlos Telleldín.

Nisman debería mejorar su círculo íntimo. Lo curioso del pedido de los 22 iraníes es que estos ocho, que se suponen nuevos, se encontraban en la primera lista de 2003. Nisman pidió entonces –y Galeano concedió– la detención de Hadi Soleimanpour, ex embajador de Irán en Argentina entre los meses de junio de 1991 y agosto de 1994. Soleimanpour fue detenido en Durham, Reino Unido, pero según una nota, fechada el 12 de noviembre del mismo año, el secretario de Estado del Ministerio del Interior inglés decidió dejarlo en libertad por falta de pruebas, “no librar una orden para proceder contra Soleimanpour” y hacer cesar la orden de arresto preventivo pedida por Nisman sobre la base de que “el voluminoso material que conforma el pedido de extradición formulado por Argentina no cumple, prima facie, con los requisitos probatorios exigidos por el Reino Unido” (nota de fojas 916, con traducción a fs. 927/929 del “Incidente de extradición de Hadi Soleimanpour”). La fiebre de detención de Nisman aquel 2003 era imparable: el 16 de mayo, junto a Barbaccia y Eamon Mullen (el otro ex fiscal acusado de irregularidades en la causa), reiteró a Galeano el pedido de captura de los 22 anteriores y agregó otros seis iraníes. Galeano siguió firmando. Hasta que Interpol volvió hacia atrás con los pedidos insistiendo en la poca seriedad de la investigación y agregó un detalle conmovedor: uno de los buscados estaba muerto (lo que hubiera, de hecho, facilitado su captura).Cuando Galeano fue apartado de la causa por el Tribunal Oral, el nuevo juez, Canicoba Corral, insistió con los pedidos de captura de los iraníes: una asamblea de Interpol los rechazó por 91 votos contra 9 a favor. La asamblea le dijo entonces a Canicoba: “El Comité Ejecutivo nota, en particular, que las órdenes de detención fueron firmadas por un magistrado cuya intervención en el caso fue declarada irregular por las autoridades argentinas competentes”. El jefe de la Oficina Jurídica de Interpol fue todavía más claro: “Unicamente nuevas órdenes de detención firmadas por un juez diferente y basadas en un examen de la prueba que respalde los cargos podría justificar el restablecimiento de las difusiones rojas”. “Difusiones rojas” es, en el argot de los organismos de seguridad internacionales, “la búsqueda de los sospechosos”. Interpol fue aún más alllá: “Hasta tanto ello ocurra, rige el cese de búsqueda de los sospechosos iraníes dispuesto por la Secretaría General del organismo” (fojas 118.958 de la causa). La sucesión numérica de Nisman sugiere, sin embargo, algunas preguntas básicas: ¿por qué primero eran 22, luego 12 y ahora 8? ¿En cuál de los tres pedidos se equivocó? ¿O se equivocó en los tres? Nunca, en ninguna de las cientos de miles de fojas, el detective Nisman nos anuncia pruebas nuevas que desincriminen a algunos de los 22, o de los 12, o de los 8, o que los incriminen aún más. Perdón: sí hubo un cambio; a fojas 479 Nisman dice que, en el papelón Soleimanpour, “un nuevo análisis de las pruebas obrantes en la causa nos lleva a concluir que no revisten entidad suficiente como para dictar una medida de coerción en su contra”. Es la versión larga para decir que metió la pata. Bien podría costarle un juicio político, pero parece que la Argentina da para todo.

Lo que no ha ido en descenso, sino más bien todo lo contrario, es la propensión del detective Nisman a la prosa judicial: hay que tener muchas ganas de escribir para tapar la Nada con ochocientas una páginas. Ganas o ser Martín Caparrós, quien ya ha impuesto un estilo de vida con sus brillantes textos largos. Nisman tiene a quien admirar. Lo curioso de la acusación fiscal es, además de su extensión, su diversidad: desde la página 42 hasta la 102 Nisman nos explica la historia del terrorismo en el mundo, citando bibliografía muy diversa. Sólo una cita suena un poco lamentable: la atribuida al libro Cien palabras para explicar el islam, de Soulemane Bachir Diagne, Barcelona. Le faltó incluir Mahoma explicado a los niños.

Dicen que dicen
A fojas 258 de su dictamen Nisman transcribe el corazón de su investigación, su punta del ovillo: “La elección de este atentado –dice– se realizó en una reunión de seguridad máxima del Estado, bajo la presidencia de Rafsanshani el sábado 14 de agosto de 1993. En esa reunión estaban presentes los profesionales militares y miembros fijos de la alta seguridad” (traducción de la información aportada por los disidentes iraníes a fs. 65/70 del legajo 209).

La única prueba de esta reunión son dichos de oídas de terceros. No hay ningún testigo de haber visto u oído directamente algo, por ejemplo:

- A fojas 256 Abolhassan Bani Sadr, ex presidente del Sha, líder de la oposición y director de un diario opositor en el exilio, dice: “Si Irán está por detrás, la decisión la debió tomar el Consejo”.
- Alí Reza Ahmadi, ex integrante del Servicio Exterior del Sha, dice que “sabe que la decisión se tomó en esa reunión”. Nunca explica por qué ni quién le dijo.(fs 256).
- Reza Zakeri Kouchaksaree, presidente de la Resistencia Iraní, dice que “sabe que la decisión se tomó en esa reunión”. Idem anterior.
- Hadi Roshanravani, consejero de la Resistencia Iraní en el exilio, dice que “se enteró por medio de fuentes de los mujaidines en Irán que el atentado fue decidido por las más altas autoridades” (fs. 190).
- Meshabi “C”, disidente y desertor iraní: “La decisión se tomó en el ’93 y estuvo Rabbani” (fs. 256 y 259). “Conozco y obtuve toda la información del atentado a la AMIA de los responsables del servicio de inteligencia de Irán.”
Nisman, con estos testimonios, da por probada la reunión. Y Canicoba Corral los cree verosímiles.

Entonces, avanza otro paso: “Según la Secretaría de Inteligencia, Rabbani partió con destino a Irán el 18 de junio de 1993 y regresó el 29 de octubre de ese año (fs. 552). “No parece arriesgado –dice Nisman– concluir que fue a participar de esta reunión.”

Esa es toda la prueba que las ochocientas (y una) páginas de Nisman ratificadas por Canicoba tienen contra Irán. El resto –como gran parte de esto– son informaciones de inteligencia, informes entregados por SIDE, CIA y Mossad que no figuran como tales en el expediente sino como información propia de la supuesta investigación argentina.

Dice en la acusación otro arrepentido: “Más del ochenta por ciento de las operaciones terroristas que han tenido lugar en el mundo entero han sido realizadas directa o indirectamente por Irán”. Y el fiscal toma esas afirmaciones como prueba.

—Aplaudimos al sistema judicial de la Argentina –dijo la Casa Blanca al conocerse la decisión de Canicoba Corral.
—Aplaudimos la búsqueda tenaz de la Justicia –dijo el portavoz Tony Snow– contra los autores del atentado. Llamamos a todos los gobiernos a apoyar al gobierno argentino.

Irán tiene petróleo y gas, y se anima a montar un reactor nuclear sin pedir permiso. Y de Irán a Irak cambia una sola letra.

Una vieja historia
La historia de involucrar a Irán en el atentado contra la AMIA no es nueva: a fojas 7213 del Cuerpo 36 se informa que una de las agendas de Telleldín apareció recortada y que apareció también, en la casa del entonces sospechoso (ahora liberado por el Tribunal Oral), “un papel” que decía “Embajada Islámica de Irán”. Telleldín tuvo que escribir unas veinte veces aquello de “Embajada Islámica de Irán” y fue sometido a una pericia caligráfica (como si el hecho de portar esas palabras en un papel configurara un delito). A fojas 26.988 se observa que los peritos Picasso, Giménez, Noguera, Comba y Anzorena “no encontraron similitudes entre la letra del papel y la de Telleldín”.

El recorte llegó a la agenda de Telleldín “plantado” y quizá provenga del mismo jardín en el que se plantó el motor de la Trafic, como veremos más adelante. La insistencia de Estados Unidos e Israel en involucrar a Irán en el atentado no es ideológica sino estratégica: nadie en su sano juicio podría defender a Irán, con un presidente proclive a las declaraciones nazis y serias violaciones a los derechos humanos en el interior del país, pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, con perdón de la tautología.

Si, como todo indica, el atentado llegó de Siria, la estrategia de involucrar a Irán se vuelve mucho más clara:

- Desde la Guerra del Golfo el régimen de Damasco es aliado de Estados Unidos contra Irak.
- Siria e Israel disputan parte de los territorios ocupados (las Alturas del Golán), y culparlos de la AMIA agregaría otra piedra en un camino lleno de obstáculos para esa relación cada vez más tensa en la frontera norte de Israel.
La investigación de la AMIA está montada sobre pies de barro: uno de ellos, quizás el más significativo, es la supuesta existencia del coche bomba al que sólo una testigo vio. María Nicolasa Romero, enfermera de la Policía, declaró en la causa que esa mañana fue sorprendida por la explosión junto a su hijo y su hermana, mientras se dirigían a un jardín de infantes vecino. “Mientras caminaban por la vereda impar de Pasteur al 600 (N del A: la misma de la AMIA), el niño se soltó de su mano y comenzó a correr, por lo que ella y su hermana debieron apurar el paso hasta darle alcance en la esquina de Pasteur y Tucumán; que al descender de la calzada para iniciar el cruce los tres se vieron obligados a retomar la vereda para evitar ser atropellados por una camioneta color beige que lentamente circulaba por Tucumán y, para tomar Pasteur, giró hacia su derecha en forma cerrada”. En ese segundo, quizá segundo y medio, Nicolasa pudo proteger a su hijo, volver a subir el cordón, ver el rostro del conductor y advertir que poseía rasgos árabes. Si el cargo de director de la CIA estuviera vacante, Nicolasa debería ocuparlo. Su hermana, a fojas 165 del expediente, no vio el coche bomba.

Un equipo de investigación dirigido por el autor de estas líneas y formado por once personas investigó el atentado y descubrió por lo menos a diez testigos sobrevivientes que estaban mucho más cerca de la puerta de la AMIA que Nicolasa y nunca vieron a la famosa Trafic. En estas páginas se reproduce un mapa con su ubicación y datos personales:

1) Juan Carlos Alvarez, el barrendero que se acercaba al volquete que estaba en la puerta de la AMIA mirando hacia ahí, y sobrevivió de milagro.
2) Daniel Joffe, el electricista que reparaba el carburador de su Renault a menos de quince metros, con el auto ubicado según el sentido del tránsito y perfecta visibilidad de la puerta.
3-4) Los policías Bordón y Guzmán (uno en el bar Caoba y otro apoyado en el patrullero).
5) Gustavo Acuña, que cruzaba desde un negocio vecino hacia el kiosco de Marcelo Fernández.
6) Adriana Mena, empleada de la imprenta frente a la AMIA.
7) La vecina María Josefa Vicente, en el balcón del tercer piso de Pasteur y Tucumán, mirando hacia la calle.
8) Gabriel Villalba (empleado de la empresa de equipamientos odontológicos Narbi-Herrero), que estaba en Pasteur 675 cargando un aparato en una pick-up Dodge estacionada en doble fila.
9) Alejandro Benavídez, dueño del bar Catriel, que cruzaba Pasteur en dirección a Tucumán.
10-11) Los colectiveros que se acercaban por Tucumán hacia Pasteur.
12) Rosa Barreiro, que llevaba de la mano a su hijo Sebastián y estaba a menos de cinco metros: no escuchó ni el motor de la Trafic, ni el chirrido al subirse al cordón.

Los automóviles que circulaban por Pasteur hacia Lavalle.

Como ya comentamos, el detective Nisman dio crédito a diversos informes de la SIDE, como los que en 2003 concluyeron que “quien condujo el coche bomba fue el miembro del Hezbollah libanés Ibrahim Berro”. La versión de Berro, en verdad, provenía del FBI y fue reprocesada por los espías locales. Nisman le exhibió las fotos de Berro a Nicolasa y no lo reconoció, aunque aclaró que “era un muchachote como éste, de esta contextura” y que “veía un parecido en el rostro”, pero aclaró “que no estaba totalmente segura”. Luego se supo, según la familia de Berro, residente en Estados Unidos, que Ibrahim murió en 1994 en Talousah bajo el ataque de un helicóptero israelí.

Otros datos sobre la supuesta Trafic merecen ser mencionados:

- Ningún testigo quiso firmar el acta de “descubrimiento” del coche bomba.
- El acta de secuestro del motor tampoco fue firmada por los bomberos.
- Eduardo Magnano, jefe técnico de CIADEA (Renault), escuchaba la radio a dos horas del atentado y recibió la visita de una comisión policial con un paragolpes en la mano. Querían saber si era el paragolpes de una Trafic (fojas 29.480).
- El POC (Departamento de Protección del Orden Constitucional) y la SIDE pincharon el teléfono de Telleldín cinco días antes de que el motor de la Trafic fuera “descubierto”.
- La Trafic, según consta en el expediente, tenía el motor de un modelo y la carrocería de otro. Lo que sí se veía clarito era el número del block: 2.831.467.

En su acusación, el detective Nisman vuelve a transitar un mito demasiado viejo: que el explosivo llegó desde el exterior, en este caso “en 1990 desde Brasil, porque los iraníes habían encontrado posibilidades de almacenar este tipo de materiales”. Según las pericias, la AMIA fue volada con amonal, un explosivo compuesto por nitrato de amonio (un fertilizante) y polvo de aluminio (sirve, por ejemplo, para teñir pinturas de color plateado). En ocasión de nuestra investigación, envié a un cadete –ex profeso sin documentos– a comprar nitrato y polvo en un comercio a cinco cuadras del Obelisco. Lo único que le pidieron fue el número de CUIT. Después mostré por televisión lo complicado de conseguir un explosivo en Argentina.

La pista siria
Con respecto a las motivaciones políticas del atentado, Nisman (¿o deberíamos decir la línea Galeano-Nisman-Canicoba?) habla de una cuenta, de dos cuentas, de una cuenta de Irán, de una cuenta numerada en un banco que nunca se encontró, de un depósito, de dos depósitos, de diez millones, de doscientos millones, del atentado contra la AMIA, del atentado contra la Embajada de Israel, de distintos enviados, de distintos contactos, de mensajes de Menem, de mensajes a Menem, etc., etc., etc.

La llamada “pista siria” se dejó de lado en la “investigación” de Galeano:

- En 1988 Menem visitó el país de sus antepasados y buscó allí ayuda financiera para su campaña. Los sirios le aportaron, según diversas fuentes, unos cuarenta millones de dólares. Este dato fue confirmado a los periodistas Norberto Bermúdez y Carlos Torrengo por el dominicano Nemen Nader en Madrid.
- Menem prometió entonces a los sirios y los libios la entrega del misil Cóndor y protocolos de transferencia de tecnología nuclear. Los planos del Cóndor terminaron en el Pentágono, el acuerdo nunca se produjo y la plata nunca volvió a su origen.
- Hay quienes piensan que el acuerdo con Siria era mayor: Siria tiene un lucrativo comercio de heroína y opio en el valle de la Bekaa, y es el principal exportador de heroína a Europa. Eso genera excedentes financieros de dinero negro que, por aquel entonces, buscaron sin éxito lavarse en Buenos Aires.
- Las figuras de Ibrahim al Ibrahim a cargo de la Aduana en los primeros años de Carlos Saúl y la cotidiana presencia de Monzer Al Kassar, ciudadano sirio con nacionalidad argentina, el Yomagate y las inversiones de Abdala Rashid al Aalí en Santiago del Estero completan la cantidad de sirios por metro cuadrado necesaria como para empezar a preguntarse sobre el punto.
- “Esta bomba me la pusieron a mí”, fue lo primero que dijo Carlos Menem al enterarse del atentado en la calle Pasteur.
- Esta bomba me la pusieron a mí.

Después, preguntó por Zulemita. Su hija no vivía ni estudiaba en el Once. Al año siguiente su hijo moriría en un confuso accidente en San Nicolás.

Según el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, Menem estaba convencido del origen sirio del atentado. Cuando poco antes de salir del gobierno recibió en la Casa Rosada al Premio Nobel de la Paz Eli Weissel, Menem le dijo que conocía el origen y los autores del atentado contra la Embajada de Israel, pero que no podía hacerlo público. Weissel le relató esta extraña conversación al entonces procurador general de la Nación, Angel Agüero Iturbe.

En noviembre de 1994, algunos meses después del atentado, Menem volvió a pisar Damasco, después de cinco años de intentarlo. Recién entonces recompuso las relaciones con el país de sus padres.

“El Hezbollah es la única organización que realiza atentados con coches bomba”, dice en la acusación de Nisman el especialista Ariel Merari. Se equivoca: los otros que usan coches bomba, y a razón de unos treinta y cinco a cuarenta atentados por año, son los carteles colombianos de la droga.

La causa AMIA, las 113.600 fojas, 568 expedientes, 400 legajos, 1.000 paquetes y 1.500 carpetas se construyeron eligiendo primero el resultado y luego la forma de llegar a él. Un rápido repaso de los diarios muestra de modo más que evidente las cortinas de humo:

- 25 de octubre de 1997: Galeano está dispuesto a seguir la pista iraní. Pidió a Alemania los antecedentes de un atentado iraní en un restaurante.
- 22 de noviembre de 1997: AMIA: se vuelve a pensar en Irán. Interrogan al “arrepentido” Moatamer.
- 25 de noviembre de 1997: Detonarán 350 kilos de explosivo en una Trafic. Lo hará la productora de TV de Raúl García y Néstor Machiavelli.
- 28 de noviembre de 1997: Investigan a un nuevo diplomático iraní.
- 29 de noviembre de 1997: Galeano trajo documentos que involucran a Irán.
- 4 de diciembre de 1997: Estados Unidos e Israel señalaron a Irán.
- 20 de enero de 1998: Alertan sobre otro ataque antisemita.
- 6 de febrero de 1998: La Corte Suprema también le apunta a la Yihad islámica.
- 18 de marzo de 1998: El embajador israelí Avirán pidió que se responsabilice a Irán.
- 6 de mayo de 1998: El Departamento de Estado de EE.UU. avala la pista iraní.
- 16 de mayo de 1998: Exigen el retiro de siete diplomáticos iraníes.
Pasaron ocho años. La canción que se repite sigue siendo la misma.

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