Las penurias de ganar el sueldo mínimo en EE.UU. - el sueño americano no es para inmigrantes....

María del Carmen Camacho tiene diez años trabajando para un McDonalds en el centro de Chicago y aunque en ese tiempo le han duplicado lo que gana por hora, al final de un buen mes dice que no logra hacer más de US$1.000, muy por debajo del nivel oficial de pobreza.


Su compañera, Sonia Acuña, trabaja no en una sino en dos tiendas diferentes de la misma cadena de comida rápida también en Chicago y gracias a que hace jornadas de hasta 13 horas logra unos US$1.300 con los que debe pagar alquiler y cuentas de ella y sus cuatro hijos.

Acuña, de 41 años, y Camacho, de 50, son dos de los cientos de trabajadores de la industria de comida rápida y del comercio que han estado manifestándose en varias partes de Estados Unidos esta semana exigiendo un aumento del salario mínimo hasta los US$15 por hora, así como mejoras en las condiciones laborales.

Ambas ganan US$8,40 por hora, suelen trabajar 7 horas diarias, sin beneficios médicos ni de seguridad social. Además dependen de los vaivenes del negocio, cuyos gerentes pueden recortarles drásticamente y sin aviso las horas de trabajo en caso de que las ventas bajen.

Estas dos mujeres mexicanas forman parte del 20% de la fuerza laboral estadounidense (unos 21 millones de personas) que devenga salario mínimo.

BBC Mundo habló con ellas mientras participaban en una manifestación de trabajadores de unas 70 firmas de comida rápida y tiendas por departamentos en la llamada "Milla Magnífica" de Chicago, la emblemática avenida comercial de esa ciudad.

Salario de sobrevivencia
El perfil de los empleados de cadenas de comida rápida suele ser el de jóvenes estudiantes que trabajan para ayudar a sufragarse estudios o personas sin grandes responsabilidades familiares, pero Camacho y Acuña aseguran que en sus lugares de trabajo esa no es la situación.

"Los estudiantes no duran mucho, porque es duro el trabajo y no pagan mucho, y los que nos quedamos somos los que tenemos obligaciones familiares", dijo Acuña a BBC Mundo.

Las experiencias que comparten ambas mexicanas hablan de grandes dificultades para mantener a sus familias. "Casi no me queda nada de dinero (a fin de mes), lo gasto todo en los estudios de mis hijos, pero vale la pena estar haciendo este esfuerzo para que ellos tengan una mejor vida que yo", expresa Acuña, quien además dice enviar hasta unos US$300 a sus padres en México.

Camacho asegura que "si no tuviera el apoyo de dos de mis hijos, que me ayudan con las cuentas, viviría debajo de un puente, porque con esta miseria que nos pagan no nos alcanzaría para vivir".

Ninguna de los dos mujeres tiene ni seguros médicos, ni beneficios en sus empresas, tampoco tienen cuentas bancarias, tarjetas de crédito o de tiendas.

Además, viven en Chicago, una ciudad con alto costo de vida, como Detroit o Nueva York, sitios donde también se realizaron protestas similares.

St Louis, Kansas City, Milwaukee fueron otras ciudades que tomaron parte en las manifestaciones.

Para ellas y tantos otros en su misma situación, la solución no es tan sencilla como cambiar de trabajo, en buena medida porque carecen de calificaciones para aspirar empleos mejor remunerados.

Flexibilidad unilateral
Datos del Instituto de Política Económica de Washington indican que cerca del 25% de los trabajadores que ganan salario mínimo son de origen hispano.

Ni Camacho, ni Acuña creen que su condición de latinas tenga que ver con las limitaciones salariales ni las condiciones laborales que padecen.

"Es que simplemente no quieren pagar más, aquí entran gueros (rubios) y les pagan lo mismo", afirmó Camacho, quien además asegura que el "maltrato de la gerencia es generalizado".

Otra particularidad de estos empleos de horario flexible es que no garantiza a los empleados horas mínimas ni fijas de trabajo y por tanto tampoco ingresos mínimos.

Un empleado puede llegar al trabajo y el gerente decirle que se vaya a su casa antes de completar el turno, según la necesidad que haya ese día de mano de obra.

Por ejemplo, si un día de lluvia disuade a la clientela de acudir al establecimiento, el gerente puede ajustar costos eliminando turnos de trabajo.

Eso permite a las compañías controlar los costos de operación y de paso muchas veces mantenerse debajo del mínimo de turnos a partir del que deben darle beneficios a los empleados de acuerdo con las leyes.

Pero la flexibilidad suele ser unilateral porque estos trabajadores siempre están "de guardia" por si el negocio requiriera más manos en caso de un aumento circunstancial en las ventas, lo que les impide buscar ocupaciones alternas con las cuales podrían equilibrar sus ingresos.

Un problema que los huelguistas afirman que se podría solucionar llevando el salario mínimo al mágico número 15.

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