Marca de nacimiento

Por Alfredo Zaiat
Diez años de kirchnerismo deberían ser suficientes para tener un marco conceptual más preciso de las características del proceso económico desarrollado en ese período. Para la oposición conservadora y algunos sectores de la izquierda, todo se resume en la falsedad del “relato” sobre lo acontecido. El Gobierno lo abrevia en la fortaleza del “modelo” como cualidad en el manejo de la coyuntura ante la adversidad de la crisis internacional o los embates del establishment a través de los hombres de negocio dedicados a la comercialización de información económica. Existe cierto abuso de esas dos palabras como definición de un ciclo tan intenso de rupturas y continuidades. Son simplificaciones de la dinámica de la economía de un período histórico generador de pasiones encontradas. La economía del kirchnerismo no es un modelo. Es un proyecto político con objetivos económicos, que es bastante distinto de la definición de modelo o de relato, porque va lanzando iniciativas y definiendo medidas frente a urgencias con el horizonte de cumplirlos. Esas metas derivan en estrategias adaptativas para alcanzarlas, según las condiciones internas y externas que se vayan presentando. Para los críticos, se trata de una sucesión de improvisaciones, minimizando así la esencia de lo que significa un proyecto político y la existencia de disputas de actores económicos con intereses contrapuestos. No hay discurso oficial que no explicite esos objetivos económicos: promover un sostenido crecimiento del PBI, generar empleo, avanzar en la industrialización, distribución del ingreso e inclusión social, con una presencia activa del Estado. En la tarea de conseguirlos el kirchnerismo ha mostrado en más de una ocasión que recurre a diversos instrumentos de política económica para dar respuesta a cuestiones inmediatas, que luego se van integrando como parte de la construcción de su proyecto político. A veces con éxito y otras con fallidos por torpeza en la enunciación y posterior gestión. Esta secuencia de permanente intervención en el espacio económico es el elemento distintivo, de ruptura con el saber convencional, puesto que la economía ha quedado subordinada a la política. Este es un factor de incomodidad para economistas que quedaron desplazados del centro de la escena, inclusive para aquellos que expresan simpatía por el Gobierno, que preferirían planificación preventiva y no respuestas de emergencia ante acontecimientos imprevistos. Para no quedar enredados en debates circulares sobre “relatos” o “modelos”, planificación o improvisación, la definición de proyecto político con determinados objetivos económicos es la marca de nacimiento para evaluar con más profundidad diez años de la economía kirchnerista.


El recorrido sintético de las principales medidas de política económica implementadas en esta década es el punto de partida. Cada una desplegada en un momento histórico y situación social particulares fue a dar cuenta de impulsar o defender, dependiendo de las circunstancias, esos objetivos económicos. Disponer acciones concretas para cumplirlos le permitió al kirchnerismo mantener legitimidad política y social para gobernar y, por lo tanto, gestionar la coyuntura en un ambiente hostil local e internacional. Resistencia originada porque las medidas para sostener el proyecto político con esas metas económicas implicaron necesariamente colisionar con grupos de poder económico, con los cuales mantiene por ese motivo una permanente tensión. Entre las iniciativas más destacadas de los diez años del proyecto político de la economía kirchnerista, se encuentra:

- el pago de toda la deuda con el FMI para poner fin a los controles periódicos de la economía argentina por parte de esa tecnoburocracia. Auditorías trimestrales que hubiesen cuestionado hasta frenar las medidas heterodoxas posteriores, lo que habría significado el despliegue de otra historia;

- clausurar el negocio especulativo de las AFJP con los aportes previsionales mensuales de los trabajadores. La recuperación del sistema de seguridad social por parte del Estado se complementó con la ampliación de la cobertura previsional con la moratoria hasta alcanzar el 95 por ciento de las personas con edad para jubilarse, y la movilidad semestral de los haberes;

- consolidar los convenios colectivos de trabajo, institución del mercado laboral que se mantiene sin interrupciones durante diez años, el período más prolongado desde su instauración, en 1953. Paritarias cuyo resultado ha sido una mejora del salario en términos reales tomando en cuenta cualquier índice de inflación;

- las varias estatizaciones de empresas de servicio público en manos privadas, destacándose la de aguas, correo, Aerolíneas Argentinas e YPF;

- la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central, que significó alterar consolidadas redes de poder, influencia y negocios del poder financiero en esa institución clave de la gestión económica;

- el desendeudamiento que implicó un gran esfuerzo de toda la sociedad, ya sea por la utilización de superávit fiscal o de reservas para cancelar obligaciones. Los pagos disminuyeron en forma notable el peso de la deuda sobre el PBI, dejando una porción menor en manos privadas. Esto derivó en una ampliación de los márgenes de autonomía de la política económica;

- la participación en la decisión estratégica regional de descartar el proyecto del ALCA impulsado por Estados Unidos, apostando por la ardua integración latinoamericana;

- el reconocimiento de derechos sociales y económicos a un importante sector de la población con la Asignación Universal por Hijo, transferencia monetaria a grupos vulnerables que impacta en la cuestión social disminuyendo la pobreza e indigencia y mejorando la distribución del ingreso; y

- el impulso de la industrialización y creación de empleo formal, en una primera etapa con una elevada dosis de voluntarismo al descansar exclusivamente en un tipo de cambio muy alto, y desde 2011 ya con una estrategia deliberada de sustitución de importaciones.

Las observaciones críticas o también el aplauso a estas medidas adquieren mayor densidad si parten del marco conceptual de proyecto político con determinados objetivos económicos. De esa forma, unos y otros no quedarán sorprendidos ante iniciativas no previstas como fueron la restricción de importaciones a partir de una más estricta administración del comercio exterior, el lanzamiento del blanqueo de capitales o la definición atolondrada de un nuevo y necesario régimen de administración y acceso a la moneda extranjera. Este último fue para limitar la persistente fuga de capitales abastecida con reservas del Banco Central, que desde julio de 2007 a octubre de 2011 sumó casi 80 mil millones de dólares. Pérdida de divisas muy injusta en términos sociales y económicos, puesto que esa dolarización de ahorro doméstico de una minoría influyente y con elevada capacidad patrimonial es perturbadora de la estabilidad financiera y cambiaria, además de acelerar la restricción externa.

La reiterada sentencia acerca del “agotamiento del modelo” expresada por voceros de la ortodoxia y de cierta intelectualidad progresista confunde deseos con realidad. Cumplidos hoy diez años de estar analizando el desempeño de una gestión de gobierno, todavía no alcanzan a descubrir la lógica de funcionamiento de la economía kirchnerista, que no es estática como si fuera un modelo ni pretende tener aspiraciones de llegar a un ilusorio equilibrio ortodoxo. El kirchnerismo construye con rupturas y tensiones su proyecto político con objetivos económicos. Esta es la marca de nacimiento de esta década.

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