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Por Alfredo Zaiat
El Fondo Monetario Internacional recomienda fuertes ajustes fiscales en los países europeos periféricos. Sendero que apoyan la Unión Europea y el Banco Central Europeos, instituciones dominadas por el líder continental, Alemania. Los políticos de gobiernos débiles acechados por corridas financieras aceptan implementar los recortes del gasto en sectores sensibles, al tiempo que incrementan la deuda pública hasta niveles cercanos al default para salvar de la quiebra a los bancos. Las protestas de indignados por la reducción de programas sociales y eliminación de derechos laborales se extienden en España, Grecia, Italia, Portugal, países que cumplen con el plan sugerido por el FMI. El discurso oficial señala que el camino del sacrificio es el único posible para superar la crisis, prometiendo que la reducción del gasto público generará confianza en la inversión privada para rescatar a la economía del estancamiento. Después de cinco años del estallido de la crisis internacional con la caída de Lehman Brothers y el colapso de los créditos subprime en Estados Unidos, y de tres años de aplicar los europeos la receta del ajuste fiscal, el FMI reconoce que se equivocó. Una vez más. Admitió que los desmesurados recortes del gasto público y suba de impuestos en lugar de derrotar a la recesión, la profundizó.



La experiencia latinoamericana en los ‘90, con Argentina como el alumno más fiel del FMI y, por ese motivo, el país del mayor descalabro político, económico y social de ese período, era un antecedente potente. Como no hubo autocrítica de esa etapa y, por el contrario, continúa el hostigamiento a una política económica alejada de sus postulados ortodoxos, el Fondo ha vuelto a tropezar con la misma piedra. En cambio, ahora sí ha habido un reconocimiento temprano de sus errores.

Dos de sus economistas más importantes, Olivier Blanchard, economista jefe de la institución, y Daniel Leigh presentaron la semana pasada Growth Forecast Errors and Fiscal Multipliers (“Errores en las previsiones de crecimiento y multiplicadores fiscales”). El estudio evalúa el efecto de la disminución del gasto y el alza de impuestos en la actividad económica. La idea del “multiplicador” consiste en estimar cuánto de 1 peso gastado impacta en forma incremental en el crecimiento económico. O, en sentido contrario, cuál es el efecto de la reducción de 1 peso del gasto público en la actividad económica.

El concepto de multiplicador es típicamente keynesiano. Joaquín Estefanía explica en una columna de opinión en El País de Madrid (“Errores que llevan al sufrimiento”) que esa idea la desarrolló el colaborador de Keynes, Richard Kahn, que durante los años ‘30 fue uno de los pocos economistas que formaron parte del “Circus de Cambridge”, junto a Piero Sraffa, Joan Robinson, Austin Robinson, James Meade y el propio Keynes. Kahn trabajó en el multiplicador del empleo y la inversión (que Keynes incorporó a su teoría general), un coeficiente que vinculaba el incremento en la inversión pública con el aumento de los puestos de trabajo que se creaban.

La ortodoxia desconoce con entusiasmo la historia económica, como la Depresión del ‘30 del siglo pasado o la experiencia traumática argentina, e insiste con la propuesta del ajuste fiscal para rescatar a economías de la recesión. Es lo que ha hecho el FMI, y los países europeos periféricos que siguieron sus recomendaciones con resultados desastrosos. Son tan evidentes los descalabros sociolaborales del ajuste que economistas del FMI admitieron en ese documento que “hemos encontrado que los autores de aquellos pronósticos del Fondo subestimaron significativamente el incremento en el desempleo, la caída en el consumo privado y la inversión asociados a la consolidación fiscal”. “Consolidación”, eufemismo de “ajuste”. Una primera aproximación a esa autocrítica se desarrolló en la Asamblea Anual conjunta del FMI-Banco Mundial, en Tokio en octubre pasado, cuando la titular del Fondo, Christine Lagarde, sin traicionar la política de austeridad, afirmó que es conveniente dar “más tiempo” al ajuste y no exigirlo en forma inmediata, como pide Alemania.

Ese leve sesgo reformista dentro de la ortodoxia de revisar el impacto del ajuste y de dar más tiempo para llevarlo a cabo tiene la resistencia de la ortodoxia fundamentalista representada por Alemania. Su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, salió al cruce de la nueva posición del Fondo al afirmar que “cuando hay un objetivo a medio plazo, no crea confianza que uno empiece a ir en dirección contraria. Cuando quieres subir una montaña alta y empiezas a descender, luego la montaña será aún más alta”.

El documento de Blanchard y Leigh, sin desertar de la obsesión ortodoxa en materia fiscal, como aclaran en las conclusiones, se ha rendido a los resultados empíricos del ajuste. Estudiaron más de 30 investigaciones realizadas por diversos economistas de 2008 a 2012 sobre el multiplicador fiscal en medio de una crisis, y en base a datos de 26 países de la Zona Euro concluyeron que el Fondo se equivocó. El FMI creía que el multiplicador fiscal a corto plazo (el efecto sobre la economía del ajuste) era 0,5 (por cada euro público gastado de menos o gravado de más se destruía 0,5 euro de actividad), cuando en realidad el impacto ha sido de 0,9 a 1,7. Es decir, un ajuste de un punto del PIB ha provocado una caída de la economía de 0,9 a 1,7 por ciento. Es decir que el Fondo pensaba que el multiplicador fiscal era 0,5 y con esa presunción ha impuesto las políticas de austeridad. Esto demuestra también que durante décadas no hubo keynesianos en esa institución que siempre subestimó esas políticas, y ahora, ante resultados negativos inapelables, utiliza una de sus herramientas (el multiplicador) para demostrar que estaban equivocados.

La historia del Fondo Monetario Internacional “es, en buena parte, la historia del sufrimiento generado por sus recetas de rigor mortis, aplicadas en cualquier circunstancia a los ciudadanos de numerosos países”, recuerda Estefanía. Menciona que la diferencia con respecto al pasado, cuando esas recomendaciones se ejercían sobre América latina, Asia o Africa, ahora cuando sus destinatarios son los países europeos y, en algún caso, Estados Unidos, si el FMI se equivoca, hace autocrítica. En ese sentido, el informe Blanchard y Leigh observa un aspecto novedoso para los análisis del FMI y sus medidas económicas: señala que es importante considerar las características de cada país para definir la intensidad y tipo de ajuste propuesto. No desaconseja el ajuste sino que observa que tiene que hacerse según las particularidades de cada país, sutileza que no tuvo el FMI en décadas pasadas cuando aconsejaba la misma receta, idéntica, a cualquier economía sin considerar realidades diferentes. Ahora se dieron cuenta de que por esa vía han cometido muchos errores de diagnóstico y de recomendaciones. Admiten que así han profundizado la crisis en España, Italia y Grecia. ¿Qué compensación exigirán esos países por ese error de una institución que supuestamente vela por los intereses de los equilibrios globales?

El pronóstico fallido sobre el impacto del ajuste por parte del FMI en las economías europeas está en línea con sus habituales equivocaciones en las estimaciones de crecimiento de la economía, en especial con las que no siguen sus postulados, como la Argentina. Como los países europeos tienen más peso histórico en esa tecnoburocracia, la reacción ha sido diferente ante el “austericidio” de sus economías, habilitando la pregunta que formula Estefanía: “¿Quién se hace responsable de este error que ha conducido a la doble recesión europea, con los resultados conocidos en materia de desempleo, empobrecimiento masivo y mortandad de centenares de miles de empresas?”. No es una pregunta que sepan responder economistas ortodoxos.

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