El reino de los hechiceros

Para que su dios mercado funcione son capaces de cualquier sacrificio; ajeno, por supuesto.



En el siglo XIX, Auguste Comte, padre de la sociología, enunció su teoría de los tres estadios, según la cual los pueblos pasan a lo largo de su historia por tres etapas diferentes. La primera es lo que denomina estadio teológico, o infancia de la Humanidad, momento en el que la explicación de la realidad se hace recurriendo a dioses y fuerzas sobrenaturales. La segunda, el estadio metafísico, en la que esa explicación se realiza a través de conceptos abstractos. La última es el estadio científico en el que el ser humano es capaz de dar una explicación de la realidad acudiendo a la razón y a la ciencia. Ni que decir tiene que Comte apuesta por este último estadio y que considera que la Europa de su época comenzaba a entrar en él. Y con esa confianza en el devenir de los tiempos que caracteriza a los hijos de la Ilustración, Comte entiende que ese estadio científico es, necesariamente, y como efecto del imparable progreso humano, el destino de la humanidad.

SI HUBIÉRAMOS de analizar la actual crisis de la mano de los planteamientos de Comte, no sabría muy bien decir en qué fase nos encontramos. Los conceptos sobre los que se asienta la práctica económica de nuestros gobiernos son dos: mercado y confianza. El primero cabría colocarlo en el estadio teológico de Comte, pues se ha convertido en una especie de dios al que todo debe ser inmolado; el segundo parece más bien propio del segundo de los estadios, y en su abstracción se convierte en algo inasible, que escapa incluso a cualquier explicación racional.

A pesar de esa confianza en el progreso que caracteriza a Comte, y a todos los que desarrollaron teorías de los estadios, como Ferguson, Hegel, incluso, en cierto modo, Marx, es evidente que, al menos en el ámbito de lo económico, nuestras sociedades no han alcanzado, de ninguna manera, el estadio científico y siguen presas de supersticiones sin ningún asiento racional. Cada vez que el Gobierno del PP toma una decisión, lo hace con el objeto de conseguir la confianza de los mercados. Las medidas se suceden y, sin que nos sepan dar una explicación racional, la prima de riesgo sigue subiendo y los intereses de nuestra deuda con ella. Como bien dice el diputado de IU Alberto Garzón, el Gobierno ha optado por el modelo azteca en la economía: sacrificio humano tras sacrificio humano, pero sigue sin llover.

En realidad, la economía capitalista (porque la economía, como todo, tiene sus apellidos, no existe en la abstracción del concepto, por mucho que así nos lo quieran presentar) es pura hechicería, construida sobre bases carentes de racionalidad. Adam Smith, con su ingenua teoría de la mano invisible reguladora de la actividad económica, es buen ejemplo de ello. ¡Qué mano invisible ni qué puñetas! Los poderosos, lo vemos a diario, van a degüello a conseguir su bocado, y no entienden de racionalidades, autorregulaciones y demás zarandajas. No sé si Montoro se creerá las tonterías que cada día nos endosa a través de los medios, pero si realmente se las cree, deberíamos devolverle al parvulario. O a un sanatorio de desintoxicación ideológica. Porque esta gente está tan ideologizada que cree real lo que su ideología le dicta. Sí, ya sé, ya sé que yo también estoy muy ideologizado, sin duda, pero yo lo reconozco y sé que mi mirada puede estar en parte deformada por mi ideología. Sin embargo, ellos creen que la suya es una mirada científica, limpia, objetiva, que las cosas son exactamente como ellos las ven.

Estamos en manos de peligrosos hechiceros. Para que su dios mercado funcione son capaces de cualquier sacrificio; ajeno, por supuesto. En sus gobiernos, en sus facultades de ciencias (¡!) económicas, continuarán recitando el mantra de la confianza y el mercado. No se molestarán en mirar a la calle, a la realidad: ellos ya saben lo que está pasando, no lo necesitan, sus libros sagrados les indican el camino. Como los cardenales de Galileo, se negarán a mirar por el telescopio, la verdad resplandece en sus biblias económicas.

EN UN TEXTO BREVE, cargado de sarcasmo, el filósofo francés L. Althusser traza el retrato del filósofo materialista. Así se titula el texto: Retrato del filósofo materialista. En su último párrafo, dice: "Entonces puede discutir con los grandes idealistas. No solamente los entiende, sino que les explica a ellos mismos las razones de sus tesis". El materialismo exige un ejercicio básico: mirar la realidad. Es condición indispensable para actuar sobre ella. Los idealistas, ya sea en filosofía, o en economía, tienen, desde Platón, la curiosa costumbre de crearse una realidad a su antojo. Y si la realidad real no encaja en su modelo, peor para ella. Frente al planteamiento de la abstracción, de la teología, del idealismo, en el que se sustentan los hechiceros neoliberales es preciso, desde la realidad, construir ese modelo científico al que aspiraba Comte. No requiere, siquiera, mucha inteligencia: basta con mirar a la realidad a los ojos. Es a lo que algunos llamamos materialismo.

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