La culpa no es del arbolito
La profundización de la crisis del euro que se avecina, y de su sistema bancario, prenuncia que una nueva etapa de la crisis mundial se está incubando. Tal como se señalaba hace menos de cuatro años, cuando la crisis del dólar era la que salía a escena, los coletazos de la crisis en los países centrales afectan a los periféricos, como la Argentina, por el lado comercial o el lado financiero, o por una
combinación de ambos. La política de comercio exterior argentina fue tomando los recaudos para prevenirse de esos impactos, pero en materia financiera las prevenciones fueron llegando con más demora y en cuentagotas. Hoy, cuando la crisis del dólar de 2008 todavía no ha sido totalmente superada y la crisis del euro empieza a resultar algo más que una sombra, el coletazo de la crisis empieza a hacer sentir su peso sobre estas costas por el lado financiero. El ataque especulativo tomó la forma de una acelerada fuga de divisas y la creación de un mercado paralelo que no opera por vía de los costos, sino a través de la desestabilización, buscando generar una sensación de pánico e incertidumbre, incluso entre aquellos que “nunca han visto un dólar”, como habría dicho Perón en su primera época.
Frente a un ataque financiero, la Argentina tiene al menos dos flancos débiles. Uno es padecer de un sistema excesivamente abierto, en el que todavía se permiten las operaciones domésticas en moneda extranjera con una facilidad que puede verse en muy pocas otras partes del mundo. Y una permisividad para sacar fondos del país que comenzó a limitarse con medidas de regulación que todavía siguen siendo burladas con relativa facilidad por grandes operadores –grupos empresarios, fondos de inversión–, incluso utilizando el sistema institucional –entidades financieras– que se prestan para hacer operaciones a las que no están autorizadas. En materia financiera, se diría que la Argentina era, hasta hace poco, lo mismo que era en materia comercial durante el menemismo, época de ingreso ilimitado de productos importados.
El otro flanco débil es el cultural. En la Argentina, como en pocas otras partes del mundo, el público en general se siente seguro teniendo dólares, recurriendo a esa reserva de valor incluso cuando el epicentro de la crisis sea el país que emite esos billetes. Baste recordar ciertas conductas durante la crisis de 2008 en Estados Unidos, cuando aquí el público compraba dólares “por las dudas”. Diego Borja, secretario económico del ALBA, ex ministro de Economía y ex presidente del Banco Central de su país, Ecuador, cuya economía aún sigue dolarizada, explica el fenómeno de esta forma: “La gente ahorra en dólares y tiene confianza en el dólar más por defecto que por virtud. Años de dominación y hegemonía norteamericanas le tienden una cortina ideológica a la gente con capacidad de ahorro, que es la gente con acceso a la información internacional. Y sin embargo siguen siendo rehén de un mecanismo de formación de la opinión pública que impide ver la crisis profunda del dólar, del sistema monetario-financiero internacional y de la propia economía capitalista”.
Ambos flancos débiles están prestando su colaboración, en estos días, para alimentar la sensación de inestabilidad y pánico. La fuga de capitales tiene tanto aspectos políticos como económicos. En lo económico, es cierto que los capitales financieros sacan mayor provecho de la entrada y salida sin restricciones para aprovechar las oportunidades de rápido retorno donde se presenten, y que las restricciones que impuso la Argentina en los últimos tiempos no les hacen gracia. Era de esperar que buscaran generar algún tipo de mecanismo sustituto, ilegal, para burlar esas trabas, como lo son las rutas para el contrabando o las formas clandestinas para el tráfico de armas o narcóticos. Lo insólito es que ese mecanismo ilegal, ahora llamado “dólar blue”, adquiera el prestigio y respeto que hoy merece en distintos medios. Es en ese plano en el que el flanco débil cultural le juega a favor.
Pero decíamos que la fuga tiene también un aspecto político. Y está dado en que esos fondos especulativos, pero también los grupos financieros que gozaron de todos los beneficios del modelo neoliberal y otros sectores que han basado sus negocios en la posición dominante en determinados mercados o en sus vínculos (asociados o controlados) con el exterior, se resisten al rol regulador que va recuperando el Estado sobre la economía. La fuga es una forma de respuesta, de oposición a esta política, de obstrucción de su aplicación.
Es una disputa política contra esos grupos del sector financiero, que también es un correlato de la disputa que se desarrolla a nivel mundial por la hegemonía del sistema capitalista contra los representantes del capital financiero que han destruido el capital productivo durante el reinado del neoliberalismo. Y que todavía imponen las políticas de ajuste en Europa.
Pero en esa disputa, el gobierno argentino padece de una fuerte falencia en el plano cultural: no logró transmitir el fondo de la cuestión en disputa. Culturalmente, para gran parte de la población “el dólar blue a 6,15” y la persecución de la AFIP a los arbolitos que ofrecen la divisa estadounidense con color renovado es sinónimo de trabas a la sana intención de comprar dólares para viajar al exterior o, simplemente, ahorrar para el departamentito. La concepción parece simplista, pero es la que transmiten los medios, y la forma en que se desarrollaron los controles a la venta de divisas no hacen mucho por desmentirla. Quien quería comprar dólares, teniendo los fondos y los ingresos suficientes acreditados como para justificar su origen, hasta este jueves seguía viendo bloqueada la posibilidad de hacerlo en bancos y casas de cambio. En la medida en que estos mecanismos vayan ajustándose, y que ganen en eficiencia para bloquear a quienes intenten fugar divisas mal habidas o injustificadas, y no al ahorrista de ingresos medios, otro tipo de explicaciones será posible.
Pero además de posible, serán necesarias. Porque la batalla seguirá siendo política, económica y cultural. Habrá más ataques especulativos, es inevitable, porque la crisis mundial se prolongará. La Argentina deberá seguir adoptando mecanismos de defensa, como los que aplica en materia comercial, y con ello recogerá nuevos adversarios dispuestos a utilizar diferentes métodos de obstaculizarlos. Ayer se conoció la denuncia de la Unión Europea contra la política de licencias a las importaciones que implementó la Argentina: es parte de esa misma batalla.
El intento de corrida cambiaria en estos días es una advertencia, además, de que la economía argentina, como la mayoría en la región, sigue atada al control financiero y monetario de los países centrales, a pesar de la crisis en éstos. O quizás habría que decir: para peor, atados al control de sistemas financieros y monetarios en crisis. Para salir de esa trampa, será necesario librar otra batalla cultural. Lo decía Borja a Página/12: “Sin duda, la instauración de una moneda regional es una alternativa y una necesidad, pero eso va a requerir de un acuerdo, que es una acción voluntaria y consciente, que nuestros gobiernos y nuestras sociedades están en posibilidad de hacerlo, atendiendo a necesidades reales de los pueblos, pero también de los sectores productivos”. Romper el modelo de dependencia necesita de audacia política, lo que no es gratuito. Pero no hacerlo, como puede verse en estos días, también puede demandar costos altísimos.
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combinación de ambos. La política de comercio exterior argentina fue tomando los recaudos para prevenirse de esos impactos, pero en materia financiera las prevenciones fueron llegando con más demora y en cuentagotas. Hoy, cuando la crisis del dólar de 2008 todavía no ha sido totalmente superada y la crisis del euro empieza a resultar algo más que una sombra, el coletazo de la crisis empieza a hacer sentir su peso sobre estas costas por el lado financiero. El ataque especulativo tomó la forma de una acelerada fuga de divisas y la creación de un mercado paralelo que no opera por vía de los costos, sino a través de la desestabilización, buscando generar una sensación de pánico e incertidumbre, incluso entre aquellos que “nunca han visto un dólar”, como habría dicho Perón en su primera época.
Frente a un ataque financiero, la Argentina tiene al menos dos flancos débiles. Uno es padecer de un sistema excesivamente abierto, en el que todavía se permiten las operaciones domésticas en moneda extranjera con una facilidad que puede verse en muy pocas otras partes del mundo. Y una permisividad para sacar fondos del país que comenzó a limitarse con medidas de regulación que todavía siguen siendo burladas con relativa facilidad por grandes operadores –grupos empresarios, fondos de inversión–, incluso utilizando el sistema institucional –entidades financieras– que se prestan para hacer operaciones a las que no están autorizadas. En materia financiera, se diría que la Argentina era, hasta hace poco, lo mismo que era en materia comercial durante el menemismo, época de ingreso ilimitado de productos importados.
El otro flanco débil es el cultural. En la Argentina, como en pocas otras partes del mundo, el público en general se siente seguro teniendo dólares, recurriendo a esa reserva de valor incluso cuando el epicentro de la crisis sea el país que emite esos billetes. Baste recordar ciertas conductas durante la crisis de 2008 en Estados Unidos, cuando aquí el público compraba dólares “por las dudas”. Diego Borja, secretario económico del ALBA, ex ministro de Economía y ex presidente del Banco Central de su país, Ecuador, cuya economía aún sigue dolarizada, explica el fenómeno de esta forma: “La gente ahorra en dólares y tiene confianza en el dólar más por defecto que por virtud. Años de dominación y hegemonía norteamericanas le tienden una cortina ideológica a la gente con capacidad de ahorro, que es la gente con acceso a la información internacional. Y sin embargo siguen siendo rehén de un mecanismo de formación de la opinión pública que impide ver la crisis profunda del dólar, del sistema monetario-financiero internacional y de la propia economía capitalista”.
Ambos flancos débiles están prestando su colaboración, en estos días, para alimentar la sensación de inestabilidad y pánico. La fuga de capitales tiene tanto aspectos políticos como económicos. En lo económico, es cierto que los capitales financieros sacan mayor provecho de la entrada y salida sin restricciones para aprovechar las oportunidades de rápido retorno donde se presenten, y que las restricciones que impuso la Argentina en los últimos tiempos no les hacen gracia. Era de esperar que buscaran generar algún tipo de mecanismo sustituto, ilegal, para burlar esas trabas, como lo son las rutas para el contrabando o las formas clandestinas para el tráfico de armas o narcóticos. Lo insólito es que ese mecanismo ilegal, ahora llamado “dólar blue”, adquiera el prestigio y respeto que hoy merece en distintos medios. Es en ese plano en el que el flanco débil cultural le juega a favor.
Pero decíamos que la fuga tiene también un aspecto político. Y está dado en que esos fondos especulativos, pero también los grupos financieros que gozaron de todos los beneficios del modelo neoliberal y otros sectores que han basado sus negocios en la posición dominante en determinados mercados o en sus vínculos (asociados o controlados) con el exterior, se resisten al rol regulador que va recuperando el Estado sobre la economía. La fuga es una forma de respuesta, de oposición a esta política, de obstrucción de su aplicación.
Es una disputa política contra esos grupos del sector financiero, que también es un correlato de la disputa que se desarrolla a nivel mundial por la hegemonía del sistema capitalista contra los representantes del capital financiero que han destruido el capital productivo durante el reinado del neoliberalismo. Y que todavía imponen las políticas de ajuste en Europa.
Pero en esa disputa, el gobierno argentino padece de una fuerte falencia en el plano cultural: no logró transmitir el fondo de la cuestión en disputa. Culturalmente, para gran parte de la población “el dólar blue a 6,15” y la persecución de la AFIP a los arbolitos que ofrecen la divisa estadounidense con color renovado es sinónimo de trabas a la sana intención de comprar dólares para viajar al exterior o, simplemente, ahorrar para el departamentito. La concepción parece simplista, pero es la que transmiten los medios, y la forma en que se desarrollaron los controles a la venta de divisas no hacen mucho por desmentirla. Quien quería comprar dólares, teniendo los fondos y los ingresos suficientes acreditados como para justificar su origen, hasta este jueves seguía viendo bloqueada la posibilidad de hacerlo en bancos y casas de cambio. En la medida en que estos mecanismos vayan ajustándose, y que ganen en eficiencia para bloquear a quienes intenten fugar divisas mal habidas o injustificadas, y no al ahorrista de ingresos medios, otro tipo de explicaciones será posible.
Pero además de posible, serán necesarias. Porque la batalla seguirá siendo política, económica y cultural. Habrá más ataques especulativos, es inevitable, porque la crisis mundial se prolongará. La Argentina deberá seguir adoptando mecanismos de defensa, como los que aplica en materia comercial, y con ello recogerá nuevos adversarios dispuestos a utilizar diferentes métodos de obstaculizarlos. Ayer se conoció la denuncia de la Unión Europea contra la política de licencias a las importaciones que implementó la Argentina: es parte de esa misma batalla.
El intento de corrida cambiaria en estos días es una advertencia, además, de que la economía argentina, como la mayoría en la región, sigue atada al control financiero y monetario de los países centrales, a pesar de la crisis en éstos. O quizás habría que decir: para peor, atados al control de sistemas financieros y monetarios en crisis. Para salir de esa trampa, será necesario librar otra batalla cultural. Lo decía Borja a Página/12: “Sin duda, la instauración de una moneda regional es una alternativa y una necesidad, pero eso va a requerir de un acuerdo, que es una acción voluntaria y consciente, que nuestros gobiernos y nuestras sociedades están en posibilidad de hacerlo, atendiendo a necesidades reales de los pueblos, pero también de los sectores productivos”. Romper el modelo de dependencia necesita de audacia política, lo que no es gratuito. Pero no hacerlo, como puede verse en estos días, también puede demandar costos altísimos.
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