Entre el fracaso de las políticas de rescate y el efecto de las políticas procíclicas

Crisis económica y crisis sistémica
Tras los primeros síntomas de la crisis económica, la quiebra de Lehman Brothers a mediados del 2008, marcó en la consciencia mundial el inicio de esta fase del ciclo económico capitalista. El impulso arrollador de la crisis del sistema –necesitado de corregir las contradicciones acumuladas a lo largo del tiempo-, rápidamente se expandió por todo el mundo, trastornando la vida de millones de personas.



Casi cuatro años después, la crisis persiste, y en su haber cuenta con significativos impactos para la economía global [1] :

La CEPAL (2009), considerando la cantidad de economías involucradas y el porcentaje del PIB mundial comprometido, ha calculado que esta crisis supera a todos los episodios similares desde que en 1929 se desatara la “Gran Depresión”.
La Organización Mundial del Comercio registró durante el 2009 una contracción en términos reales del 12,1% del comercio mundial, la mayor caída en más de siete décadas (OMC, 2010 y 2011). Ese mismo año, según las Naciones Unidas, se produjo una disminución del Producto Bruto Mundial (PBM) del 2,4% (ONU, 2011).
Entre 2008 y 2009, en un año y cuatro meses, las bolsas de valores perdieron una capitalización de 34,4 billones de dólares, un equivalente al PIB combinado de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón (Liu, 2010). Los efectos de la crisis sobre el empleo, según cálculos de la Organización Internacional del Trabajo, resultan aún más persistentes y elevan la cifra de desempleados a casi 200 millones [2] (OIT, 2012).
A esta negativa evolución de la economía mundial, ha venido asociado el drama humano que a su habitual escenario en el Tercer Mundo suma el deterioro de la situación en los países más desarrollados. Una aproximación a la situación actual de la pobreza revela que:

· En Estados Unidos 49,1 millones de personas son pobres, o sea, el 16% de la población (Reuters, 2011).
· En la Unión Europea el 23,4% de la población se encontraban en riesgo de pobreza o de exclusión social, en total 115 millones de seres humanos (Eurostat, 2012c).
· En Japón, célebre por su elevado desarrollo humano, bajo esta crisis se publicaron por primera vez cifras oficiales de la pobreza, ubicando en esta categoría a 20 millones de personas, es decir el 15,7% de la población (Fackler, 2010).
· Los países del Sur, relativamente menos impactados por los efectos recesivos de la crisis económica, pero aún bajo las condiciones de crisis social estructural, suman a estas cifras, 1,29 mil millones de personas en la indigencia, y 2,47 mil millones de pobres (Banco Mundial 2012b y Aceprensa 2012) [3] .
Y estos impactos sociales y económicos, no se presentan como dimensiones aisladas del mundo inmerso en una tradicional crisis económica cíclica. El panorama global es mucho más complejo, y se caracteriza por la presencia de una crisis sistémica. Precisamente, es esta situación a la que Atilio Borón (2009) llama crisis “integral, multidimensional y civilizacional”, Ignacio Ramonet (2011) denomina “haz de crisis”, Jorge Beinstein (2008) identifica como “colapso de la civilización burguesa”, o que Osvaldo Martínez (2012) nombra como un “fallo orgánico múltiple” del sistema. Es, en síntesis, una crisis de múltiples esferas dentro del modo capitalista de producción, cuya actuación no se limita solo a lo económico o lo social, e incorpora dimensiones como la ambiental, la alimentaria y los recursos naturales –especialmente los combustibles fósiles-, entre otras.
Pero no solo en el terreno de lo objetivo tiene lugar una crisis. Esta también se ha extendido al pensamiento económico dominante. El fracaso estruendoso del neoliberalismo –ese que propugnaba la necesidad de una absoluta libertad de los mercados, donde bajo el hechizo de la autorregulación se eliminaban las posibilidades de ocurrencia de la crisis- ha estado acompañado por el renacimiento de una retórica con tintes keynesianos, cuyas expresiones concretas de intervención estatal en la economía [4] han sido limitadas al mero hecho del soporte financiero para el capital en apuros, mientras que la regulación de la actividad económica –uno de los pilares desarrollados en el pensamiento de Keynes- apenas ha trascendido. Esta intervención estatal sin regulación, es de hecho una de las características más sobresalientes del contexto actual (Martínez, 2012).

La persistencia de la crisis y el fracaso de los rescates.
Al iniciarse de la crisis, junto a la conmoción económica, también fueron estremecidos los recuerdos de las clases dominantes a nivel mundial. En ese momento se evocaba la inacción del Estado en el momento del estallido de la llamada “Gran Depresión” o Crisis del 1929 al 1933, y los debates posteriores sobre si este comportamiento habría contribuido –o hasta que punto lo había hecho- a profundizar los efectos catastróficos de dicha crisis económica.

Es entonces que sin esperar mucho, ante el nuevo escenario comienza una fase de activa intervención estatal en la economía, a través de políticas de rescate, dirigidas a frenar la catarsis del sistema que comenzaba a mostrarse con toda su fuerza destructora. Por su magnitud, estos “salvatajes” han sido cuantiosos, y de cierta forma contribuyeron a detener la destrucción de fuerzas productivas. Sin embargo, más allá de sus propósitos, estos llevaron a la economía a un estado donde se detuvo la caída, pero no han sido capaces de producir una reanimación que saque al sistema de su aletargamiento (Martínez, 2010).

Casi cuatro años después del comienzo de la crisis, la economía mundial no recupera su dinámica endógena de crecimiento y prevalecen –fundamentalmente en los países más desarrollados, - las tendencias hacia el estancamiento y la recesión. Ello se expresa en el comportamiento de la economía global en su conjunto. Si durante el año 2010 el PBM alcanzó un crecimiento del 4%, al año siguiente, se incrementa solo un 2,8%, y las previsiones para 2012 indican que su crecimiento será menor (ONU, 2011).

Este enlentecimiento en la evolución de la economía mundial no ha llegado solo, pues se hace acompañar del agotamiento en las opciones que brinda la política económica para detener el impulso destructor de la crisis cíclica, un escenario que se ha denominado como una “crisis de las soluciones”.

Recurriendo a la teoría, las principales herramientas de la política macroeconómica a disposición de los estados, serían: la política comercial, de control de precios y salarios, la política monetaria y la política fiscal [5] . Profundizar en este panorama de “crisis de las soluciones” implica entonces la necesidad de un acercamiento al manejo y situación actual de los mencionados instrumentos.

Bajo los efectos de esta crisis, la política comercial apenas ha sido modificada. Aunque se haya hecho evidente cierto sesgo proteccionista, fundamentalmente en los inicios de la crisis, ha quedado prácticamente intacta la retórica librecambista que impulsa la OMC y que tan conveniente resulta para el desahogo de los excedentes productivos que genera la debacle económica. En este sentido, quizás se recuerdan con amargura los días de la “Gran Depresión” del 1929 al 1933, donde tras el abandono del patrón oro, y la adopción de políticas para “empobrecer al vecino”, se creó un escenario de guerra comercial que agravó aún más la difícil situación imperante (Cameron, 2004).

La coordinación multilateral, ha sido incapaz de conducir a puerto seguro a la economía capitalista. El G-20 [6] , flamante grupo de concertación y respuesta, no ha logrado ir más allá de un discurso matizado por tendencias reguladoras de la actividad económica y una manifiesta incapacidad para concretar acciones. La Unión Europea se muestra desunida cuando se habla de emitir eurobonos, o de solucionar la crisis de la deuda y mientras ello sucede este bloque continúa en el centro de los debates sobre la crisis económica mundial.

Tampoco la política orientada al control por el Estado de precios y salarios, comúnmente llamada “política de rentas” se ha utilizado activamente. Sin lugar a dudas ello sería un imperdonable ultraje contra el neoliberalismo, golpeado, pero resistente. Los controles de salarios [7] y precios han quedado excluidos de un contexto, donde precisamente la especulación con los elevados precios alcanzados por los alimentos y otras “commodities”- o productos básicos-, ha contribuido a complejizar la situación para los más pobres; y persiste sin consideración de ningún tipo, pues ello resulta rentable para las instituciones que no dudan en utilizar el hambre de muchos para enriquecerse aún más.

Como era de esperar, las políticas monetaria y fiscal [8] han sido los principales instrumentos a los cuales se ha recurrido para enfrentar la crisis económica. El Bank of England – el Banco Central del Reino Unido- al calcular el monto de la operación, estimó la cifra en 14 billones de dólares, mientras que el profesor David McNally al analizar estos datos, agregaba otros “salvatajes”, que elevaban la suma a los 20 billones de dólares (McNally, 2010). En este punto, se impone un análisis más detallado del manejo de ambas políticas

La política monetaria, ha sido eminentemente expansiva, y se ha concentrado en realizar sustanciosas emisiones para suministrar liquidez al sistema. Como una muestra de la magnitud de la operación, recientes cálculos indican que los bancos centrales de Estados Unidos, Reino Unido, Japón y de la zona euro, han desembolsado tanto dinero que sus balances de cuentas han alcanzado un total combinado récord de 8,76 billones de dólares (AP, 2012). Sin embargo, el crecimiento de la masa monetaria tiene sus límites, y esta política solo ha sido completamente efectiva para permitir el regreso de las peligrosas operaciones de la economía casino (especulación financiera), mientras que se acrecientan las posibilidades de un proceso inflacionario capaz de colocar a la economía global en una situación de estanflación. Adicionalmente, las inyecciones de capital han contribuido a encender antiguas contradicciones que en cierto momento colocaron al mundo al borde de una confrontación cambiaria.

Las tasas de interés, al ser mantenidas en mínimos históricos –es el caso de Estados Unidos, Japón y Europa- más que favorecer la expansión del crédito, lo que ha hecho es propiciar una “fuga de divisas inversa” desde aquellos países hacia los países subdesarrollados –fundamentalmente economías emergentes- donde el diferencial de intereses permite obtener mayores ganancias.

Sobre estos manejos pudiera mencionarse el comportamiento de la Reserva Federal (Fed), en Estados Unidos. Con tasas de interés cercanas a cero, no ha dudado en realizar gigantescas compras de dudosos activos hipotecarios, e implementar billonarios planes conocidos como de “flexibilización cuantitativa”. Al respecto el economista de Harvard Martin Feldstein precisaba la puesta en práctica de estos planes a partir del verano de 2008. Durante la década anterior, el monto total de las reservas de la Fed se había mantenido prácticamente sin cambios, variando entre 40 mil millones y los 50 mil millones. Sin embargo, entre Agosto y Septiembre de 2008 el volumen de estas se duplicó y luego explotó hasta llegar un año después a los 800 mil millones de dólares. Para junio de 2011, las reservas se encontraban en 1,6 millones de millones y se han mantenido en ese nivel (Feldstein, 2012b). A pesar de ello, más allá de inundar los balances de las grandes instituciones financieras, estos cuantiosos recursos no han calado hacia la inversión productiva, y adicionalmente, han servido para esbozar una “Guerra de Divisas”, incentivada por la mejora relativa de la competitividad de las exportaciones norteamericanas, alcanzada sobre la base de un dólar devaluado. (Andrés, 2012).

La política fiscal ha sido el otro baluarte del rescate económico. Al respecto podrían mencionarse los publicitados planes de estímulo que promovieron los presidentes de Estados Unidos George W. Bush, y Barack Obama, los múltiples rescates instrumentados por los países europeos o el estímulo económico implementado por Japón. Todas las cifras del “salvataje” negociadas inicialmente, luego se fueron ampliando a través de programas complementarios elaborados en función de las exigencias generadas por el creciente deterioro económico. Un ejemplo de ello, resulta la reciente elevación de la capacidad máxima de préstamo combinada del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, que de 500 mil millones, llegará a los 700 mil millones de euros (EFE, 2012a).

En todo caso, la búsqueda de las magnitudes exactas de las políticas de rescate -bastantes divergentes entre las diversas fuentes que incursionan en el tema-, no resulta tan relevante como la situación que han dejado tras de sí.

Aunque la aplicación de las medidas activas de salvataje económico no crearon los déficits fiscales ni el endeudamiento público, sí han contribuido –en medio de una situación de crisis, donde es común que se deterioren las condiciones generales de la economía- a agravarlos. La situación resulta muy compleja para los países más desarrollados. En Estados Unidos, la deuda pública rebasó los 15,5 billones de dólares, superando el monto de su PIB, mientras que el déficit fiscal se eleva por encima del 8% (Cobarrubia, 2012). Japón, inmerso en las contradicciones entre su crisis estructural que data de los años 1990 y los embates del terremoto y el tsunami, en 2011 concluyó con una deuda gubernamental valorada en el 233% del PIB, mientras que desde 2009 las cuentas del gobierno han experimentado todos los años déficits fiscales ascendentes a más de 7% del PIB (FMI, 2011 citado por Senra, 2012). Para la Unión Europea la situación no es mucho mejor. A pesar de la existencia del Pacto de estabilidad y crecimiento europeo [9] , que establece ciertos límites orientados a alcanzar la estabilidad macroeconómica indispensable para la unión monetaria –déficit fiscal inferior al 3% y deuda pública hasta el 60% del PIB- allí el promedio del endeudamiento público resulta del 82,2%, mientras que el déficit en las cuentas gubernamentales es del 6,6% (Eurostat 2012a) [10] .

Fue precisamente en el seno de la zona euro donde comenzó el otro drama de la crisis, donde se empezó a hablar de la posibilidad de que existan estados quebrados, que no pueden pagar sus deudas, y se plantea la necesidad de rescatar a estos estados que anteriormente fueron “rescatadores”. Es en medio de esta situación que la concepción de una política de rescate dio un giro de 180 grados y se relanzó el discurso neoliberal del equilibrio fiscal como objetivo a alcanzar a toda costa, aunque se conoce que restringir el gasto público actúa en la economía como una política procíclica, lo que bajo las actuales circunstancias echaría más “leños al fuego”, elevando el riesgo de un agravamiento de la crisis a nivel global.

Aquí se pone de manifiesto el verdadero sentido de la política económica en estos países, que no dudó en poner miles de millones de dólares en las manos de aquellas instituciones que se lanzaron al juego irresponsable de la especulación y la posesión de “activos tóxicos” y como el rescate no logra reactivar el dinamismo de la economía, los pueblos entonces tienen que pagar por segunda vez el costo de esa irresponsabilidad, a través de los recortes en el presupuesto fiscal que se están planteando, cuyo componente en disminución de gastos sociales es significativo, y que adicionalmente continuarán agravando la situación del empleo en la medida que se vayan instrumentando las restricciones previstas.

Las políticas procíclicas y la respuesta popular.
Llegado este punto pudiera afirmarse que los ajustes económicos son expresión concreta del agotamiento de las políticas de rescate, mientras que se va mostrando el compromiso del gran capital con su autopreservación, aunque ello implique el riesgo de agravar aún más las condiciones de crisis imperante en la economía y hacer aún más patente el deterioro social.

Los términos en los cuales se ha establecido la reducción del gasto gubernamental en Europa son esclarecedores. En Francia, se considera que el presupuesto será "uno de los más austeros que ha conocido… desde 1945" (La Vanguardia, 2011). En España, tras aprobar el presupuesto para 2012, se indica que el recorte es de los mayores “en décadas” (DPA, 2012). Con anterioridad, el Reino Unido había concebido aplicar “el plan de ajuste más ambicioso desde la guerra”, proyectando restringir el gasto en 95 mil millones de euros, de los cuales 20 mil millones de euros se asociaban a recortes directamente vinculados con ese “estado de bienestar”, que poco a poco ha ido desapareciendo en Europa (El Mundo, 2010).

La situación se hace mucho más compleja en aquellos casos de estados “rescatados” del impago a través de los mecanismos conjuntos establecidos por las instituciones europeas y el FMI. Estos países han sido sometidos a la adopción de rigurosos programas de ajuste, donde se recrean las recetas fondomonetaristas aplicadas en el Tercer Mundo cuyos efectos sociales catastróficos han sido analizados en múltiples ocasiones. El amplio conjunto de medidas incluye una profundización en las prácticas neoliberales, donde no faltan la privatización de los bienes estatales, los recortes de gastos sociales, el congelamiento de salarios para los funcionarios públicos, entre otros.

Para tratar de “estandarizar” la austeridad, y evitar problemas similares en el futuro, en el seno de la Unión Europea, - sin lograr el apoyo del Reino Unido y la República Checa- ahora se trata de poner en funcionamiento un pacto con el objetivo de penalizar los desequilibrios en el presupuesto cuando pasan de ciertos rangos. En el nuevo Tratado para la Estabilidad, la Coordinación y la Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria, que debe entrar en vigor a inicios de 2013, se incluye una “regla de oro”, destinada a limitar el déficit estructural anual –excluyendo los gastos e ingresos de carácter cíclico- al 0,5% del PIB (EFE, 2012b). Al respecto, en su trabajo ¿Cómo crear una depresión? Feldstein (2012a), hace hincapié en que estos ajustes coartarán las posibilidades de funcionamiento de los “estabilizadores automáticos” [11] de la economía. Este último concepto –que puede compartirse o no- es útil para entender los efectos procíclicos que la aplicación de estos límites van a tener, a lo que podía agregarse el impacto social negativo de los recortes que se realicen en virtud del cumplimiento de la nueva legislación.

Estados Unidos, inmerso en una peculiar situación, también tiene su propia agenda de reducciones presupuestarias, donde la contracción del abultado presupuesto de defensa viene sumado el recorte del gasto en seguro social y seguro médico. Allí, donde la incertidumbre en el decursar de la crisis predomina, tras un intenso debate en el Congreso que se vio plagado de encontrados intereses demócratas y republicanos, se plantea una contracción del gasto gubernamental valorada en 2,4 billones de dólares en 3 años, un monto similar al tope aprobado para incremento de la deuda pública (Cobarrubia, 2012).

Japón, por su lado, se proyectó para el año fiscal 2012 un presupuesto de 90,3 billones de yenes, una cifra inferior al de 2011. Esto en la práctica significa el primer decrecimiento del presupuesto en seis años, sin embargo a esa suma han de adicionarse los 3,77 billones planeados para la las labores de reconstrucción y los 2,6 billones destinados a bonos especiales para pensionados, lo que convierte el gasto previsto en el mayor de la historia (The Japan Times, 2011 y Senra, 2012).

Pero la tranquilidad de la que habían disfrutado las cúpulas de poder para hacer y deshacer en materia de política económica, y que había predominado –salvo algunos momentos excepcionales- desde los primeros momentos de la crisis se viene acabando. Paulatinamente han comenzado a surgir movimientos contestatarios en el seno de los pueblos, golpeados por la crisis y las políticas reaccionarias que se vienen instrumentando. Como ejemplos pudieran mencionarse las manifestaciones del pueblo griego, el movimiento 15-M en España, y los síntomas de la indignación se han dado en muchos otros países, como Israel, -hasta Australia llegó el movimiento- y en Estados Unidos, donde se trata de Ocupar Wall Street como respuesta a la enorme desigualdad existente en ese país. Esta respuesta popular al menos abre las posibilidades para ir gestando una resistencia que evite la crudeza del impacto tal y como se ha transferido a las clases más vulnerables.

La “crisis de las soluciones” y las perspectivas para la economía mundial
Del análisis realizado hasta este punto puede extraerse la siguiente idea: La economía mundial ha quedado atrapada en la contradicción que surge de una crisis que no cesa y el agotamiento en los márgenes de maniobra para apuntalar la economía a través de la política económica. Mientras ello sucede, se va imponiendo la tendencia hacia el predominio de políticas procíclicas que contribuyen a profundizar y prolongar la debacle económica.

La nueva fase de desaceleración de la economía global ya se viene sintiendo por todo el orbe y comienza a reflejarse en los indicadores que se van dando a conocer. Vale la pena recordar que a inicios del año, el Banco Mundial (2012a) afirmaba que “en enero de 2012, el mundo está viviendo uno de los escenarios más pesimistas que se barajaban solo hace seis meses”.

Una aproximación a la posición que sostienen algunos de los organismos internacionales que prevén el desempeño futuro de la economía mundial puede contribuir a aclarar aún más las perspectivas inmediatas. Las Naciones Unidas, en el informe Situación y Perspectivas de la Economía Mundial 2012, afirmaban que “La economía mundial se encuentra al borde de otra crisis importante. El crecimiento de la producción se ha desacelerado considerablemente durante el año 2011 y para los años 2012 y 2013 se prevé que el crecimiento será anémico”. En este sentido, el organismo internacional está previendo tres escenarios, que abarcan el diapasón de posibilidades entre las cuales ha de moverse la economía global. El escenario base que ha concebido la ONU proyecta en 2012 que el incremento del PIB global será de 2,6%, mientras que de materializarse el escenario optimista podría esperarse una elevación del 3,9% y en el caso del pesimista de solo el 0,5%. Ha de notarse que dos de esas opciones expresan una disminución en el ritmo de crecimiento de la economía mundial (ONU, 2011).

El Fondo Monetario Internacional, entre septiembre de 2011 y enero de 2012 revisaba a la baja sus pronósticos de crecimiento en -0,7%. Para este organismo, la economía global deberá crecer durante 2012 un 3,3%, una tasa inferior al 3,8% del incremento registrado en año anterior (FMI, 2012).

El Banco Mundial (2012a), en sus Perspectivas Económicas Globales considera que la economía mundial crecerá en 2012 entre un 2,5% y un 3,1% o sea, cifras inferiores al 3,6% pronosticado en junio de 2011. Además en este estudio se proyecta una contracción del PIB en la zona euro del 0,3%, mientras para Estados Unidos y Japón el crecimiento será de apenas un 1,9% y 2,2% respectivamente. Los países subdesarrollados, por su lado, pasarían del 6% de crecimiento en 2011 al 5,4% en 2012.

Sobre estos últimos, es importante traer a colación la alerta que realizara John Saxe Fernández (2012), en el sentido de que la disminución en su ritmo de crecimiento puede conducir hacia un “acople recesivo” –o depresivo- a nivel mundial, donde las economías subdesarrolladas que hasta ahora habían sido menos afectadas por la crisis se incorporen –por múltiples causas- a una espiral recesiva. En algunos de estos casos, como Brasil, India y, en menor medida, Rusia, Sudáfrica y Turquía (Banco Mundial, 2012a), ya se están viendo una disminución en las tasas de crecimiento, aunque esta puede ser todavía más pronunciada.

No por gusto, para el profesor James Petras (2011) “la perspectiva social, política y económica para 2012 es extremadamente negativa. El consenso casi universal, incluso entre los economistas ortodoxos convencionales, es pesimista respecto a la economía mundial. Aunque incluso aquí sus predicciones subestiman el alcance y la profundidad de la crisis, hay poderosas razones para creer que 2012 será el principio de un declive mayor que el experimentado durante la Gran Recesión de 2008 a 2009. Con menos recursos, mayor deuda y una creciente resistencia popular a salvar el sistema capitalista, los gobiernos no pueden rescatar el sistema”.

El contexto futuro, también se verá especialmente influenciado por las tendencias del empleo [12] y la necesidad generalizada de crear nuevos puestos de trabajo que permitan alcanzar estabilidad en el crecimiento económico.

A inicios del mes de marzo una noticia recorría el mundo: “Lehman Brothers sale de la quiebra” (El Mundo, 2012), pero más que a una resurrección de la empresa, la noticia se dedicaba a informar sobre la liquidación final de sus activos para comenzar el pago de la enorme deuda contraída con los acreedores. Sin embargo, ¿quién compensa a los pueblos por el sufrimiento humano que han debido soportar tras el arribo de esta crisis?

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