Seis meses después, Japón resurge

Las cadenas de suministro han sido restauradas y las escuelas operan casi a su totalidad, pero abunda el escepticismo Una revista japonesa declaró hace poco que, luego de seis décadas, sengo Japón había sido sustituido por saigo Japón, con lo que quiso decir que la era de la postguerra había dado paso a la era postdesastre. Así como la política, la economía y la sociedad se transformaron por el trauma y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial,

ahora sus bases están siendo alteradas por la calamidad del 11 de marzo. La comparación con la Segunda Guerra Mundial es exagerada. Aunque el terremoto, el tsunami y el desastre nuclear fueron colosales, su escala no se compara con lo que país enfrentó en 1945. Pero medio año después de los desastres combinados que dejaron, según el último conteo 15.780 muertos y otros 4.122 desaparecidos, Japón todavía está lidiando con el caos desatado ese día.
"Siete veces para abajo, ocho veces para arriba", es un popular dicho japonés que hace referencia a la resistencia frente a la adversidad. Suele ser simbolizado por la popular Daruma, una redonda muñeca de la buena suerte que aunque la golpeen permanece en pie. De hecho, Japón ha hecho considerables progresos. La mayoría de los refugiados en centros de evacuación ya se han mudado a casas temporales. Los escombros que alguna vez estuvieron dispersos, ahora están en prolijas montañas. Las estaciones de policía y las escuelas están otra vez operando casi a su totalidad y los supermercados y estaciones de gasolina vuelven a funcionar. Las fábricas han restaurado las cadenas de suministro mucho más rápido de lo que se esperaba, en tanto que los emprendedores han encontrado nuevas oportunidades de negocios en medio del tumulto.
Pero algunos de los cambios en desarrollo son dolorosos. El desastre golpeó a una región cuya población era desproporcionadamente anciana y dependiente de un sector agrícola ineficiente. Japón ya estaba profundamente endeudado incluso antes del 11 de marzo, y no tiene los recursos para restaurar completamente lo que existía antes del terremoto. Un legado cada vez más evidente del desastre es la aceleración de la decadencia del noreste del país. La tragedia también ha subrayado la disfunción del gobierno, luego de dos décadas de declinante confianza en las instituciones niponas, desde los grandes bancos hasta la burocracia, pasando por los ingenieros. La determinación de los pequeños empresarios y de los líderes locales por llevar adelante la reconstrucción en medio del fracaso de la élite política tiene que ver con otro aspecto central de la mentalidad japonesa: el poder de las organizaciones de base, o gembaryoku, en contraste con la torpeza de los líderes.
La carga de la deuda. Satoshi Abe perdió a su esposa, tres hijos, abuela y su medio de vida. "Al comienzo solamente podía pensar en suicidarme", recuerda. Al final, el agricultor de 33 años desistió. "No quería que mis hijos y mi esposa me vieran desde el cielo en una condición tan miserable, así que decidí vivir cada día al máximo", contó. No obstante, encontró un nuevo obstáculo: un cerro de deudas por pagar de su ahora destruido invernadero y tierras inservibles de arroz, tomate y pepino. Su deuda total llega a alrededor de US$390.000 y dice que podría necesitar otros US$260.000 en préstamos para arreglar su casa y más si quiere comprar tierra en buen estado. En cambio, la burocracia lo está obligando a tomar una decisión dolorosa.
El gobierno le ofrece garantizar el uso de un costoso invernadero para él y un pequeño grupo de agricultores, lo que le daría un modesto ingreso rápidamente. O podría revisar sus finanzas durante seis meses para considerar perdonarle sus deudas, lo que le permitiría solicitar nuevos préstamos para comprar tierra y equipos. Si se suma al grupo de agricultores del invernadero, su nuevo ingreso reducirá sus probabilidades de que se le perdonen los préstamos. Si espera un alivio de sus deudas, expirará su acceso al invernadero. "Aún cuando somos víctimas y no nos queda nada, las condiciones del gobierno para todo lo que hacemos son estrictas", se lamenta. La situación de Abe, conocida como el "problema del doble crédito", es compartida por 20.000 agricultores, pescadores, dueños de comercios, propietarios de casas y otros.
El dilema de la reconstrucción. Japón enfrenta muchos dilemas a la hora de decidir qué reconstruir. Puentes, puertos, vías férreas, escuelas, hospitales y otra infraestructura sufrieron daños por US$100.000 millones. El país, ya bajo la carga de la deuda, no puede permitirse pagar proyectos caros que sólo restauren comunidades a su estado previo al desastre. Algunas autoridades dicen que es necesario reformar comunidades envejecidas de manera radical y han lanzado la idea de convertir la zona del tsunami en un centro para la energía renovable. Pero la parálisis política, entre otros problemas, ha dejado estancadas las conversaciones.
Convivencia con la radiación. Tomoko Akiha no ha usado agua del grifo para hacer té desde que la explosión de la planta nuclear a 56 kilómetros de su casa hiciera volar elementos contaminantes radioactivos sobre el campo. Ya no seca la ropa afuera ni come verduras del jardín de su suegra. Las autoridades de su ciudad, Date, dicen que los niveles de radiación en su barrio son más altos de lo normal pero no riesgosos a menos que se mantengan al mismo nivel durante muchos años. Pero Akiha, que tiene 39 años y dos hijos, no está convencida. La escuela primaria repartió a los niños unos detectores de radiación para que colgaran en sus cuellos y así medir su exposición. "¿Es este tipo de medio ambiente normal?", pregunta con voz entrecortada.
El gobierno dice que está midiendo la radiación en un radio de 100 kilómetros de la planta para determinar qué áreas evacuar, haciendo pruebas a los alimentos y diseñando planes para descontaminar comunidades. Aun así, abunda el escepticismo. El gobierno tardó en revelar los niveles de radiación, establecer una política de evacuación y anunciar la contaminación de la carne de consumo. Los residentes han estado plantando girasoles, que se supone que libran a la tierra del cesio radioactivo. De vuelta al mar. Los mariscos de Minamisanriku son famosos. Pero el tsunami destruyó sus instalaciones, incluido 90% de los botes de pesca. Los pescadores cuyas embarcaciones sobrevivieron no tienen dónde vender o almacenar su producción, y aguardan a que la cooperativa de la ciudad delinee un plan de cinco años para restaurar su industria.
Algunos se han cansado de esperar y han decidido formar su propia asociación de productores. Podrían compartir botes y equipo, lo que reduciría su necesidad de capital. Luego de que la prensa cubriera su caso, les han llovido donaciones.

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