La crisis financiera de Estados Unidos (Parte II)

Capítulo II: El comienzo del fin
Antes de arrancar es necesario intentar explicar (porque realmente resulta bastante difícil ya que es un concepto financiero bastante abstracto) qué es un derivado financiero.

Con el progreso tecnológico y la posibilidad de tener la información al instante, esta herramienta se convirtió en el principal negocio financiero a partir de la década del ’90. Apelando a un nivel sumamente elevado de rigurosidad científica, tomamos la definición de Wikipedia: “Un derivado es un producto financiero cuyo valor se basa en el precio de otro activo, de ahí su nombre. El activo del que depende toma el nombre de subyacente, por ejemplo el valor de un futuro sobre el oro se basa en el precio del oro. Los subyacentes utilizados pueden ser muy diferentes: acciones, índices bursátiles, valores de renta fija, tipos de interés o también materias primas”. Es decir, este instrumento financiero permite invertir (o especular, en realidad) en prácticamente cualquier cosa. Ahora sí, retomemos la historia que dejamos en el post pasado:
En diciembre del 2000, gracias al fuerte apoyo de Greenspan y Larry Summers, el Congreso aprueba la Commodity Futures Modernization Act que prohíbe la regulación de los derivados financieros. Esto provoca un boom en el uso de este tipo de inversiones.
Para enero de 2001, cuando asume Bush hijo, el sector financiero se encontraba más poderoso y concentrado que nunca. Básicamente lo manejaban:
5 bancas de inversión: Goldman Sachs, Morgan Stanley, Lehman Brothers, Merryl Linch y Bear Stearns.
2 conglomerados financieros: Citigroup y J.P. Morgan.
3 aseguradoras: American International Group (AIG), MBIA y AMBAC.
3 calificadoras: Moody’s, Standard & Poor’s y Fitch.
Este nivel de concentración generó un cambio en la cadena alimentaria de securitización: antes estaban por un lado los prestatarios y por otro los prestamistas. Como estos últimos eran los que corrían el riesgo, se encargaban de seleccionar adecuadamente a sus clientes.

En cambio ahora sucedía lo siguiente: el prestamista le vendía el préstamo a las bancas de inversión. Éstas juntaban en un portfolio varios tipos de préstamos (hipotecas, autos, tarjetas de crédito, etc.) y armaban derivados financieros que se conocieron con el nombre de Obligaciones de Deuda Colateralizada (CDO’s por sus siglas en inglés). Estos CDO’s eran luego vendidos a inversores en todo el mundo. Por último, las bancas de inversión pagaban a las calificadoras importantes sumas para que calificaran estas inversiones. Obviamente la mayoría recibía altas calificaciones, y era común encontrar varias del tipo AAA, que era el ranking más alto (el mismo que tienen, por ejemplo, los bonos del tesoro de Estados Unidos).

Ahora a los prestamistas ya no les importaba si sus clientes podían pagar su deuda o no, y entonces comenzaron a relajar sus criterios de elección. A las bancas de inversión tampoco les importaba, ya que cuantos más CDO’s vendían, más alta era su ganancia. Por otro lado, las calificadoras tampoco tenían mucho que perder, ya que no tenían ningún tipo de responsabilidad si sus calificaciones no resultaban certeras. Una bomba de tiempo... Sin embargo, las bancas de inversión se encuentran con un freno: el nivel de apalancamiento (esto representa la relación entre la cantidad de dinero en depósitos y en préstamos). Para crear más CDO’s necesitaban comprar más préstamos y la única forma de lograr esto era endeudándose cada vez más. Pero existía un nivel máximo de apalancamiento que no las dejaba endeudarse más allá de cierta relación.
¿Qué hacen entonces? En 2004, Henry Paulson (CEO de Goldman Sachs) presiona fuertemente a la Comisión de Valores (SEC, por sus siglas en inglés) para que relajara los límites de apalancamiento. Finalmente la SEC elimina estos límites, lo que rápidamente se traduce en un aumento extraordinario del nivel de apalancamiento de las bancas de inversión, llegando en algunos casos a una relación de 33:1.
Pero eso no es todo. AIG, la empresa de seguros más grande de Estados Unidos, comienza a vender en el mercado unos derivados financieros llamados Credit Default Swaps (CDS), algo así como un seguro contra el no pago de la deuda: les vendían estos derivados a los inversores a cambio de una prima mensual y prometían pagar si los CDO’s se desmoronaban. El tema era que, a diferencia de un seguro normal, AIG también permitía que cualquier persona (y no solamente el poseedor del CDO) comprara estos seguros. Es decir, aseguraban el mismo CDO varias veces.
Estas enormes sumas de dinero van a parar a las arcas de AIG y de las bancas de inversión. Ahora, como el mercado de los derivados no estaba regulado, ninguna de estas empresas estaba obligada a tener el dinero líquido para respaldar todos sus compromisos. ¿A dónde iba a parar toda esa plata? Obviamente a los bolsillos de los empresarios: Richard Fuld (CEO de Lehman Brothers) se llevó $485 millones de dólares; Joseph Cassano (CEO de AIG Financial Products) unos $315 millones, por poner algunos ejemplos.
¿Hay más? Sí, hay más. En 2006 Goldman Sachs y Morgan Stanley encuentran una nueva forma de ganar dinero: especular contra sus propios CDO’s. Es decir, les recomendaban a sus inversores comprar estos derivados diciéndoles que eran confiables (recordar que su calificación era en general AAA) y a sus espaldas compraban a AIG los CDS por si éstos se desmoronaban (algo que ya veían como probable).
Este es, a grades rasgos, el perverso mecanismo que se fue gestando y que desencadenó una de las crisis más grandes de la historia. A modo de resumen:
Una persona que quiere comprar una casa va y pide un préstamo.
El prestamista se lo otorga y posteriormente se lo vende a las bancas de inversión.
Éstas agrupan varios préstamos, arman CDO’s y se los venden (avalados por muy buenas calificaciones por parte de las calificadoras) a inversores ubicados en distintas partes del mundo.
Al mismo tiempo AIG comienza a vender en el mercado unos seguros contra la caída de los CDO’s. Éstos se denominan CDS y, a diferencia de un seguro común, podían ser adquirido por cualquiera.
Las bancas de inversión, que sabían de la debilidad financiera de los CDO’s, comienzan a adquirir CDS para resguardarse de un posible colapso. Mientras tanto, seguían recomendando a los inversores que compraran los CDO’s (que también seguían teniendo buenas calificaciones por parte de las calificadoras). Toda esa monstruosa cantidad de dinero termina en los bolsillos de los ejecutivos de las principales empresas del sector financiero.
Como se puede observar, aparentemente nadie perdía en este negocio, hecho que se tradujo en un crecimiento exponencial de la cantidad de hipotecas otorgadas, del precio de las casas y de las ganancias de los principales empresarios del sector financiero. Se creaba así una de las burbujas más grandes de la historia que no tardaría en estallar.

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