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La Batalla de Tucumán fue un enfrentamiento armado librado el 24 y 25 de septiembre de 1812 en las inmediaciones de la ciudad argentina de San Miguel de Tucumán, durante el curso de la Guerra de Independencia de la Argentina. El Ejército del Norte, al mando del general Manuel Belgrano a quien secundara el coronel Eustoquio Díaz Vélez en su carácter de mayor general, derrotó a las tropas realistas del brigadier Juan Pío Tristán, que lo doblaban en número, deteniendo el avance realista sobre el noroeste argentino. Junto con la batalla de Salta, que tuvo lugar el 20 de febrero de 1813, el triunfo de Tucumán permitió a los rioplatenses o argentinos confirmar los límites de la región bajo su control.



Antecedentes
La región del Alto Perú, el Altiplano de la actual Bolivia, estaba nuevamente en manos de los realistas o "godos" —partidarios del rey de España— desde la derrota de la batalla de Huaqui, en la que el inexperto porteño Juan José Castelli no pudo hacer frente a las tropas del español realista Pío Tristán.

Las órdenes del Primer Triunvirato habían puesto a Belgrano al frente del Ejército del Norte el 27 de febrero de 1812. Instalado su cuartel general en San Salvador de Jujuy, Belgrano intentaba reanimar la moral de la ejército patriota derrotado en Huaqui. Fue con ese ánimo que, el 25 de mayo enarboló en San Salvador de Jujuy la bandera que había creado meses atrás, y la hizo bendecir en la Catedral jujeña por el canónigo Gorriti.

Pronto notó que no estaba en condiciones de defender adecuadamente la plaza, y por orden del Triunvirato el 23 de agosto ordenó la retirada masiva de toda la población de Jujuy, a la que se sumaron salteños y tarijeños, hacia el centro de la actual Argentina, en el llamado Éxodo Jujeño. Civiles y militares se replegaron, arrasando a su paso todo lo que pudiera dar cobijo o ser útil a los realistas. Cuando los españoles entraron, hallaron la ciudad solitaria y sin habitantes:
"Estaba desierta y desmantelada, y espantado del aspecto tristísimo de aquellos hogares desamparados y de aquellas calles mudas y tristes después de la agradable animación de otros tiempos"

Tristán escribió a Goyeneche:
"Belgrano es imperdonable..."
La orden del Triunvirato era que el Ejército del Norte se hiciese fuerte en Córdoba.

Sin embargo, Belgrano concibió la idea de detenerse en Tucumán, donde la población está dispuesta a sumarse al ejército. La victoria el 3 de septiembre en el combate de Las Piedras entre su retaguardia, comandada por Díaz Vélez, y dos columnas de avanzada de la tropa de Tristán confirmó su propósito; logró prender al jefe de la columna, el coronel Huici y una veintena de soldados. Despachó a Juan Ramón Balcarce hacia la ciudad, ordenándole reclutar y entrenar en la medida de lo posible un cuerpo de caballería a partir de los milicianos locales, con cartas para la rica y poderosa familia Aráoz, dos de cuyos integrantes, Eustoquio Díaz Vélez y Gregorio Aráoz de La Madrid, prestaban servicios bajo su mando como mayor general o segundo jefe y teniente respectivamente.

La gran decisión: replegarse o dar batalla
La misión de Balcarce, unida a los rumores de que la tropa se retiraba hasta Córdoba, causó comprensible alarma en la ciudad de Tucumán. Tañeron las campanas del Cabildo y el cuerpo, en sesión pública, dispuso enviar tres representantes —los oficiales Bernabé Aráoz y Rudecindo Alvarado y el eclesiástico doctor Pedro Miguel Aráoz— ante Manuel Belgrano, para pedirle que diera batalla a los españoles en Tucumán. Al llegar a Tucumán el 13 de septiembre, Belgrano encontró a Balcarce con 400 hombres -sin uniformes y armados sólo con lanzas, pero bien organizados— y a la ciudad dispuesta a ofrecerle apoyo; Belgrano, según muchos historiadores, no buscaba más que ese pretexto para desobedecer la orden de retirada. Les dijo que se quedaría si su fuerza era engrosada con 1.500 hombres de caballería, y si el vecindario le aportaba 20 000 pesos plata para la tropa, cantidades que la comisión ofreció duplicar. Decidió ignorar por lo tanto las intimaciones del Triunvirato y hacerse fuerte allí.

Mientras tanto, el ejército realista avanzaba con dificultad, al no hallar en el terreno arrasado medios o instalaciones para cobijarse o reaprovisionarse; partidas irregulares organizadas por Díaz Vélez con los gauchos jujeños, salteños y tarijeños y el ejército de Belgrano los hostigaban constantemente. No fue hasta el 23 de septiembre cuando, desde el paraje de Los Nogales, donde avistó Tucumán, recibió Tristán noticia de que el Ejército del Norte estaba acampado en la plaza y dispuesto a darle allí batalla.

La batalla
En la mañana del 24 de septiembre de 1812, día de la batalla, el general Belgrano estuvo orando largo rato ante el altar de la Virgen, e incluso la tradición cuenta que solicitó la realización de un milagro a través de su intercesión. En esos mismos momentos, Tristán ordenó la marcha hacia la ciudad. Algunas fuentes indican que, en lugar de tomar el camino directo, rodeó la plaza desde el sur, intentando prevenir una posible huida de los patriotas en dirección a Santiago del Estero. Otras afirman que en el paraje de Los Pocitos se encontró repentinamente con los campos incendiados por orden del teniente de Dragones La Madrid, natural de la zona, que contaba con la velocidad del fuego avivado por el viento del sur para desordenar la columna española. En todo caso, utilizó el viejo Camino Real del Perú para poner frente a la ciudad a una legua de ésta, en el paraje del Manantial.

Mientras tanto, y aprovechando la confusión provocada por el fuego, Belgrano —que había dispuesto al alba sus tropas al norte de la ciudad— había cambiado su frente hacia el oeste, contando con una visión clara de las maniobras de Tristán, y plantó cara a éste en un terreno escabroso y desparejo, llamado el Campo de las Carreras. La rápida embestida sobre el flanco de Tristán apenas dio tiempo a éste de reorganizar su frente y ordenar montar la artillería.

Belgrano había dispuesto la caballería en dos alas: la derecha, al mando de Balcarce, era más numerosa —contaba con la tropa gaucha recién reclutada— que la izquierda, al mando del coronel Eustoquio Díaz Vélez.

La infantería estaba dividida en tres columnas, comandadas por el coronel José Superí la izquierda, el capitán Ignacio Warnes la central y el capitán Carlos Forest la derecha, junto a la cual una sección de Dragones apoyaba la caballería. Una cuarta columna de reserva estaba al mando del teniente coronel Manuel Dorrego; el barón Eduardo Kaunitz de Holmberg comandaba la artillería, ubicada entre las columnas de a pie —demasiado dividida entre las mismas para ser efectiva— siendo su ayudante de campo José María Paz.

Fue la artillería la que inició el combate, bombardeando los batallones de Cotabambas y Abancay, que respondieron cargando a la bayoneta. Belgranó ordenó responder con la carga de la infantería de Warnes, acompañada de la reserva de caballería del capitán Antonio Rodríguez, mientras que la caballería de Balcarce cargaba sobre el flanco izquierdo de Tristán; la carga tuvo un efecto formidable. Lanza en ristre, avanzaron haciendo sonar sus guardamontes y con tal ímpetu que la caballería de Tarija se desbandó a su paso, retrocediendo sobre su propia infantería y desorganizándola hasta tal punto que sin encontrar casi resistencia la caballería tucumana alcanzó la retaguardia del ejército enemigo.

Es imposible saber qué efecto hubieran podido tener de cargar desde ese sitio, en un movimiento de pinzas; compuesta en general por hombres de campo e ignorantes de la disciplina militar, buena parte de la caballería gaucha rompió la formación para apoderarse de las mulas cargadas con los avíos, incluyendo fuertes sumas en metales preciosos, del ejército realista. Con ello lo privaron también de sus reservas de munición y de provisiones, con las que se retiraron del campo de batalla. Sólo la sección de Dragones que le daba apoyo y la caballería regular al mando de Balcarce mantuvieron el frente, pero junto con la pérdida de su equipaje ello bastó para confundir y desorganizar esa ala.

Mientras tanto, al otro lado del frente el resultado era muy distinto: pese a la presencia del mismo Belgrano, el avance de caballería e infantería de los realistas fue imparable, tomando prisionero al coronel José Superí. Sin embargo, la firmeza de la columna central permitió a los patriotas recuperar terreno y recobrar a Superí, pero los avances desiguales fraccionaron el frente, haciendo la batalla confusa, incomprensible para sus comandantes y dejando en buena medida las acciones a cargo de los oficiales que encabezaban cada unidad.

La providencial aparición de una enorme bandada de langostas, que se abatieron sobre los pajonales, confundió a los soldados y oscureció la visión, acabando de descomponer el frente. Las versiones tradicionales refieren que fue tal la confusión sembrada por aquel enjambre de langostas que hizo parecer a los ojos de las fuerzas españoles, un número muy superior de tropas patriotas, lo que habría provocado su retirada en la confusión.

Si bien Belgrano había sido arrastrado por el desbande de un sector de su tropa fuera del escenario de las acciones, el campo de batalla quedó en manos de la infantería patriota. Al observar que se había quedado sola y sin las tropas de la caballería, Díaz Vélez logró tomar -junto con un grupo de infantería de Manuel Dorrego- el parque de artillería de Tristán, con treinta y nueve carretas cargadas de armas, municiones, parte de los cañones y centenares de prisioneros. Tomaron, además, las banderas de los regimientos Cotabambas, Abancay y Real de Lima. Luego, con la ayuda de las tropas de la reserva y llevándose también a los heridos, Díaz Vélez hizo replegar ordenadamente la infantería hacia la ciudad de San Miguel de Tucumán, colocándola en los fosos y trincheras que se habían abierto allí. También reorganizó la artillería y apostó tiradores en los techos y esquinas, convirtiendo a la ciudad en una plaza inexpugnable. Encerrado en ella, protegido por las fosas, Díaz Vélez aguardó expectante el resultado de las acciones de Belgrano y Tristán.

Belgrano, a su vez, desconocedor del resultado, intentaba recomponer su tropa cuando encontró al coronel José Moldes, quien había desempeñado el grueso de las funciones de observación. Ambos lograron localizar a Paz, y a través de éste a lo que quedaba de la caballería en el campo. Se les sumó poco después Balcarce, el primero en atreverse a calificar de victoria la situación, juzgando que el campo cubierto de cadáveres y despojos españoles era indicio del resultado, aunque se desconocía por completo el estado de la infantería y de la ciudad. Reordenar la hueste llevaría el resto de la tarde a Belgrano.

Tristán, temeroso de lo que podía esperarle a sus tropas dentro de la ciudad, optó por amagar un par de entradas, pero ordenó la retirada ante los primeros disparos enemigos. Hizo un último por la vía diplomática, intimando a Díaz Vëlez a rendirse en un plazo de dos horas, bajo amenaza de incendiar la ciudad. Díaz Vélez le respondió con vehemencia, invitándolo a que se atreviera, ya que las tropas de la Patria eran vencedoras y que había adentro 354 prisioneros, 120 mujeres, 18 carretas de bueyes, todas las municiones de fusil y cañón, 8 piezas de artillería, 32 oficiales y 3 capellanes tomados al ejército realista. Agregó que, de ser necesario, degollaría a los prisioneros, entre los que se encontraban cuatro coroneles. Tristán no se atrevió a cumplir con su amenaza y pernoctó fuera, dudando acerca del curso a seguir; por la mañana encontró a la tropa de Belgrano a sus espaldas, que lo intimó a rendirse por medio del arrogante coronel Moldes. El jefe realista contestó, rechazando la oferta, que "las armas del rey no se rinden". A continuación se replegó con todo su ejército hacia Salta, mientras 600 hombres al mando de Díaz Vélez le hostigaba su retaguardia en su huida al norte, logrando tomar muchos prisioneros y rescatar también algunos que habían hecho las tropas realistas.

Consecuencias
La Batalla de Tucumán fue la victoria más importante obtenida por los ejércitos patriotas en la Guerra de la Independencia Argentina.

"Aunque el triunfo de Tucumán ... fue el resultado de un cúmulo de circunstancias imprevistas", le correspondió a Belgrano "la gloria de haber ganado una batalla contra toda probabilidad y contra la voluntad del gobierno mismo" y a Díaz Vélez, con su prevenido accionar, decidir "la victoria de las armas patriotas ese día".

El material abandonado por los españoles y recuperado por Eustoquio Díaz Vélez y Manuel Dorrego —13 cañones, 358 fusiles, 39 carretas, 70 cajas de municiones y 87 tiendas de campaña— serviría al Ejército del Norte durante toda su campaña. 450 realistas perdieron su vida en el combate y otros 690, entre oficiales y soldados, fueron capturados en condición de prisioneros, entre estos los coroneles Pedro Barreda, Mariano Peralta, Antonio Suárez y José Antonio Álvarez Sotomayor. Por su parte, los defensores solo tuvieron 80 muertos y 200 heridos. Quedaron destruidos los regimientos y cuerpos militares de Cotabamba, Paruro, Abancay y parte del Real de Lima.

El 29 de septiembre de 1812, Belgrano escribió al Superior Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata el parte oficial de la gloriosa acción del día 24 de septiembre, calificando a la batalla de Tucumán como "...el Sepulcro de la Tiranía..."

El 27 de octubre se celebró una misa de acción de gracias; en la procesión que llevaba la estatua de la Virgen de las Mercedes, Belgrano depositó su bastón de mando entre los cordones del ropaje de la imagen, proclamándola en agradecimiento como Generala del Ejército Argentino.

Moldes y Holmberg abandonarían el Ejército, pero se le sumaría Juan Antonio Álvarez de Arenales, con quien Belgrano emprendería el 12 de enero la marcha hacia Salta, donde los realistas se habían hecho fuertes.

La victoria consolidó la obra de la Revolución y alejó momentáneamente el peligro de un verdadero desastre. Si el ejército patriota se hubiera retirado, las provincias del norte se hubiesen perdido para siempre y el enemigo, dueño de un extenso territorio, habría llegado hasta Córdoba, donde le hubiera sido más fácil obtener la cooperación de los realistas de la Banda Oriental y de las tropas portuguesas del Brasil.

El triunfo tuvo también importantes consecuencias políticas, por cuanto Belgrano — que contaba con la simpatía de la Logia Lautaro — había derrotado al invasor contrariando las disposiciones del gobierno y demostrando el acierto de los opositores, cuando pedían auxilios para remitir al Ejército del Norte. En Buenos Aires, a los tres días de conocerse la noticia del combate, el Primer Triunvirato fue derribado por la Revolución del 8 de octubre.

El Segundo Triunvirato concedió a los integrantes del ejército el uso de un distintivo con la inscripción:
LA PATRIA A SU DEFENSOR EN TUCUMÁN
También dispuso que los nombres de los soldados figurasen en el libro de honor de los respectivos Cabildos de Buenos Aires y Tucumán. Belgrano fue designado Capitán General, pero rehusó el ascenso con suma modestia.

El doctor Bernardo de Monteagudo, en la sesión pública de la Sociedad Patriótica llevada a cabo el 29 de octubre de 1812, sostuvo que El grande y augusto deber que nos impone la memoria de las víctimas sacrificadas el 24 de septiembre, es declarar y sostener la Independencia de América ... de no haberse producido ese triunfo, los realistas ya estarían en Córdoba, y los enemigos interiores acelerarían el momento de nuestra desolación. ... Jurad la Independencia, sostenedla con vuestra sangre, enarbolad su pabellón, y estas serán las exequias más dignas de los mártires de Tucumán.

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