Una amenaza al Gobierno y a la Nación

“Defendamos a nuestras empresas en la Argentina y en cualquier lugar del Virreinato.” La frase no se corresponde exactamente con lo declarado; sin embargo, expresa en su plenitud el sentido profundo del mensaje del ministro español. Ciertamente, podría ser también: “Desde Varsovia, en oportunidad de la Cumbre Hispano-Polaca, el ministro envía una cruda advertencia a su colonia del Mar Dulce”. No hace falta tener una gran creatividad para imaginar variantes presentando este episodio.



En realidad, la actitud del personaje en cuestión, José Manuel Soria, ministro de Industrias del gobierno conservador de Mariano Rajoy, plantea sin eufemismos una amenaza al gobierno argentino y a nuestra Nación.

Hay una cuestión central que debe ser señalada: el gobierno español defiende a una corporación privada de carácter multinacional. El gobierno argentino, en cambio, actúa en defensa del Estado de una nación soberana y de los intereses de la sociedad a la que representa. El señor Soria y el gobierno de España defienden los negocios de un grupo económico que se expandió por América y Africa, aprovechando el momento de triunfo político y cultural del neoliberalismo. Así fue que se establecieron reglas de sumisión de los Estados nacionales y de sus instituciones democráticas a los intereses de las grandes corporaciones financieras mundializadas.

En el caso de nuestro país, la invasión de estos capitales extranjeros estuvo aceitada por mecanismos de corrupción, que también fueron extremados durante el período de las relaciones carnales. A esta etapa debiéramos entenderla en el plano de la economía, como una fase complementaria de la fundada por Martínez de Hoz, durante los años del terrorismo del Estado genocida.

La emergencia de este conflicto expresa una controversia estructural, a partir de las políticas desplegadas agresivamente por los capitales españoles en América latina y, particularmente, en nuestro país. En la búsqueda de mercados, cuestión intrínseca al capitalismo desarrollado, las empresas ibéricas privilegiaron a nuestro continente desplegando una gama de negocios que en muchos casos son más importantes que los de su propio país. Compraron a precios envilecidos empresas eléctricas, de petróleo, bancos, teléfonos, agua, hoteles, diarios, revistas, concesiones de autopistas e industrias alimentarias, por mencionar algunas.

Asistimos a un verdadero segundo “descubrimiento de América”, ahora sin la cruz y la espada. Este nuevo desembarco español los ubicó en segundo lugar, detrás de Estados Unidos, como principal inversor en la región. Como es de práctica en estas fases de conquista, comienzan vendiendo a los nativos espejos de colores y chiches y abalorios, como diría nuestro Mariano Moreno.

En enero de 2006, decía el inefable Brufau: “Vamos a luchar para evitar que se acentúe la declinación productiva o trataremos de que sea lo más suave posible”. Como es sabido, en la vida real hicieron todo lo contrario. Prometieron inversiones en exploración. Sin embargo, luego privilegiaron desviar las ganancias obtenidas de las extracciones de nuestro petróleo hacia Libia, su nueva preferida. Una vez más, promesas a colonias que no se cumplirían nunca.

Todo indica que ha llegado la hora de poner las cosas en su lugar. Como Estado soberano, y a partir de la notable legitimidad del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, lograda en el pronunciamiento popular del 23 de octubre, tenemos que recuperar la empresa petrolera de la Nación. La vida demostró que en la gestión de los servicios públicos estratégicos el sector privado tiene una contradicción insalvable. Sus planes de negocios y ganancias no se compadecen con los objetivos sociales de un servicio para la comunidad.

Esta controversia se acentúa cuando se trata de capitales extranjeros, aunque es dable reconocer que la “variante argentina” ha resultado funcional a Brufau y a sus intereses lucrativos. Ambos se asociaron en una conducta empresaria depredadora de nuestros recursos naturales y económicos. Al margen del modelo empresario que se elija, estamos en los albores de una decisión de trascendencia histórica: recuperar para el patrimonio nacional nuestro principal recurso natural, que nos fuera despojado por el neoliberalismo.

Está claro entonces que la recuperación de nuestra fuente energética implicará enfrentar a un bloque de poder económico, político, mediático y cultural de los grandes capitales locales y extranjeros. Este bloque recibirá el aliento de un mundo capitalista globalizado y en crisis, por lo tanto irá adquiriendo ribetes impensados cada vez más agresivos.

Sin embargo, América latina en los últimos años ha demostrado que es una fuerza creciente y poderosa si continúa por el camino de la integración y de la solidaridad.

Ya en el año 2003, el presidente Néstor Kirchner enfrentó a los grandes bonetes de la Cámara de Comercio y a la Confederación Española de Organizaciones Empresarias. El choque fue tan fuerte que el presidente de las corporaciones, José Cuevas, se vio obligado a decir: “Usted nos puso a parir”. En el mes de junio se cumplirán 90 años de la fundación de YPF, por la iniciativa de un gran patriota, el general Mosconi, durante el gobierno del presidente Hipólito Yrigoyen. La historia nos convoca como pueblo libre y soberano a enfrentar grandes decisiones. Aceptemos unidos el reto de la historia.

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